Otra lección de un gran maestro en cuya obra deberían abrevar las nuevas generaciones
Recibido hace rato como el gran narrador de historias de nuestro tiempo utilizando la forma más tradicional del cine, Clint Eastwood no solamente sigue entregando relatos plenos de vitalidad hace casi cincuenta años, desde su debut detrás de las cámaras, además lo hace con una potencia humana de la que ya no se ve tan seguido en Hollywood. Por si fuera poco realizar dos películas por año en más de una oportunidad (en enero de 2018 vimos “15:17 tren a París”), el director dos veces ganador del Oscar abre nuestra temporada con “La mula”, su mejor película tal vez desde “Un mundo perfecto” (1994).
Tiene 88 años éste notable artesano del cine, una edad parecida a la del personaje que interpreta él mismo. Earl Stone vive un momento de florecimiento (literalmente) a sus ochenta y pico. Se dedica a cultivar lirios participando, junto a otros horticultores, de grandes exposiciones de ésta especie. Es claramente su momento de felicidad en la huerta de su casa, tratando a sus ayudantes mexicanos como pares, y hasta hablando el español que puede en contraste con el continuo estado de abandono de su familia, a la cual ha dejado de cuidar con los años. Mary (Diane Wiest) su ex esposa y la hija de ambos Iris (Alison Eastwood) están escépticas de que algo vaya a cambiar, mientras que la nieta Ginny (Taissa Farmiga) todavía cree en el vínculo con su abuelo más allá de las evidencias. Por ejemplo, el mismo día en el cual gana el premio a mejor horticultor su impulso es el de festejar con todos en un bar, olvidando la boda de su hija. Earl es así. A la hora de decidir a quién ayudar a crecer eligió a las flores y no a los suyos.
Los tiempos cambian. Los yuyos, el pasto crecido y el estado de deterioro general de su pequeña parcela (en una elipsis simple y contundente) cuentan no sólo que los buenos tiempos terminaron, sino que Earl se ha quedado sin casa. Discusión familiar mediante, el viejo hace contacto con gente que le ofrece una buena suma de dinero a cambio de llevar un bolso de un estado al otro. “Jamás me han hecho una multa en mi vida” dice, y eso es suficiente para iniciar esta changa que pronto empieza a solucionar sus problemas económicos y, por qué no, también los de su familia. Sin preguntar primero, consciente después, el hombre se convierte en la mejor “mula” para el cartel de Sinlaoa, mientras es seguido de cerca por Bates (Bradley Cooper), un agente del DEA, cuyo jefe (Lawrence Fishburne) anda necesitando arrestos para poder dar respuestas a sus superiores.
El de Earl Stone, como muchos personajes en la filmografía del realizador, es también un viaje hacia zonas oscuras de la moral en el cual también encontrará un pequeño resquicio transformador y acaso su propia redención. Desde esa óptica también hay un paseo por la norteamérica desde el llano. Los barrios, los caminos, pedir un sándwich en una estación de servicio, o entrar a un negocio de los que todavía conservan campanitas que suenan cuando se abre la puerta, todo lo que conforma una mirada sobre el mundo sin necesariamente juzgarlo. A la citada “Un mundo perfecto” podemos agregar “El sustituto” (2008), “Río místico” (2003), “Crimen verdadero” (1999) y, por supuesto, la fundamental “Gran Torino” (2009).
Nunca en sus películas se deja de observar lo coyuntural, el contexto, sociopolítico que podemos conocer frontalmente por virtud del guión, o a través de simples diálogos en donde deja claro qué lugar ocupa cada cosa en la vida de la gente. Earl no tomaría éste trabajo de transportar cocaína sino fuese por sentir la necesidad de aportar algo a su familia antes de perderla por completo, pues está literalmente en la calle con su vieja camioneta y sus cosas, sin lugar a donde ir y sin nada que perder. De alguna manera dice: en éste Estados Unidos de hoy hay gente desesperada, dispuesta a hacer cualquier cosa.
Sin proponérselo tal vez, Eastwood se convierte en un cronista de nuestro tiempo, y en un historiador de otros no tan lejanos, porque la observación del mundo a través de su cine nos espeja lo mejor y lo peor de la sociedad. Junto con la de “Los imperdonables” (1992), el actor ofrece el mejor papel de su carrera en ésta película, y hasta tienen algún punto de conexión, porque tanto William Munny aquella vez como Earl Stone aquí son personajes que andan con poco rumbo, un pasado más o menos oscuro, y un presente que los obliga a tomar decisiones por dinero, aun cuando estas impliquen la puesta en marcha de un engranaje que afecta a todo el entorno social. Ninguno de los dos está desconectado emocionalmente, pero sí tal vez desorientados en sus valores al definirse estos por sus actos. Amigable con su entorno de empleados latinos, trata de hablar español, no como acto de empatía anti-xenófoba, sino porque no da la sensación de sentirse mejor que con nadie más, e incluso conociendo el rasgo discriminatorio que opera en la sociedad norteamericana a veces (la escena en la cual interviene entre la policía y sus cuidadores, por ejemplo).
La construcción de su personaje, gracias a un brillante guión, juega a dos puntas en el sentido más lúdico de la expresión, porque Earl pasará de ser un jubilado sin ingresos a una suerte de Robin Hood, según los diversos destinos que le da al dinero mal habido que va ganando. No es inconsciente de lo que hace, pero lo redime ayudando a su familia o a la asociación de veteranos de la guerra en la cual también combatió. Por eso, tal vez, el cartel de drogas no representa un peligro real para él, o al menos uno que le genere demasiados temores.
La historia luego se desprende para apoyarse un rato en los antagonistas. Toda la secuencia en la casa del capo, interpretado por Andy García, cuenta mucho más de lo que se ve realmente y sirve para que veamos al viejo en la faceta más cómplice de la situación. Clint Eastwood sabe de la simpatía del público por personajes así, sabe que el espectador ama a los ladrones de bancos como Bonnie and Clyde, Butch Cassidy, o todo el equipo de la saga “La gran estafa, y que ésta no será la excepción porque de alguna forma también representan el pito catalán al sistema o al establishment.
“La mula”, basada en un hecho real, narrado en el “New York Times”, es una película que se agigantará con el paso del tiempo al igual que otras del director que, una vez más, apuesta por la redención de los que ya no tienen nada que perder, pero sobre todo porque apuesta por el buen cine