“LA MULA”
Una oportunidad de redención
Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
Fuera de la diferencia de registros narrativos, uno no puede dejar de asociar “La mula” con “Lucky”, la despedida de Harry Dean Stanton. Esperemos que Clint Eastwood viva varios años más, pero probablemente estemos ante su despedida de la actuación, que creíamos que había sido con “Gran Torino”. Earl Stone, el protagonista de “La mula”, podría compartir elementos biográficos con Lucky: ambos son nonagenarios autosuficientes y veteranos de guerra, con una visión existencialista del transcurrir: ellos, los más viejos, son los que tienen más tiempo para detenerse a saludar a un amigo o disfrutar de algún placer sencillo.
Pero donde el personaje de Stanton era un soltero eterno de vida simple, aquerenciado entre los mexicanos de frontera, Earl es un floricultor venido a menos luego de sacrificar su vida familiar por su trabajo, con modales poco actualizados con respecto a la diversidad étnica. Sin ser el resentido de “Gran Torino”, Eastwood vuelve un poco sobre el personaje (que se le parece mucho) del sobreviviente de tiempos idos, que choca con la sociedad actual y con el sistema económico demasiado diferente de los florecientes años de posguerra.
De aquella película a ésta pasaron diez años; el viejo Clint tiene 88, y ya muestra la presencia física del anciano. El mismo Clint que en “Los puentes de Madison” se filmaba con el torso desnudo para demostrar que podía ser un galán maduro, en la piel de Earl acepta ser un hombre flaco, de movimientos dubitativos y la voz pequeña, aunque tenga el resto para un par de chicas.
Antihéroe
Como director, Eastwood vuelve sobre historias de base real, aunque esta vez en vez de buscar un “héroe americano” (como en “Francotirador” o “Sully”) aborda la historia de un antihéroe hecho por las circunstancias. Nick Schenk, el mismo autor de “Gran Torino”, escribió el guión inspirado por un artículo de Sam Dolnick publicado en la New York Times Magazine: allí se contaba la historia de Leo Sharp, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que se convirtió en traficante de drogas del Cartel de Sinaloa.
El formato elegido por Schenk es bastante familiar, un poco al estilo “Atrápame si puedes”, construyendo en paralelo a los “adversarios” que motivan el conflicto: el protagonista fuera de la ley y el agente encargado de capturarlo, aunque en este caso no lo sepa. De todos modos, el personaje a delinear es el viejo floricultor: galante, encantador, se pasó la vida en convenciones y concursos, excediéndose en el olvido de su esposa e hija. Arruinado económicamente, la vida le pone dos oportunidades: reivindicarse a través de su nieta y recomponer sus finanzas como “mula” (transportador) de cocaína de los carteles mexicanos (en el capitalismo tardío la distribución le gana a la producción de bienes materiales, razón por la cual los mexicanos dominaron a los colombianos). Para algo tienen que haber servido tantos años en la ruta, piensa el anciano, y cuando se da cuenta está llevando ingentes cantidades de droga, convirtiéndose en la estrella del tráfico. Sobre el final tendrá una tercera oportunidad, pero no nos adelantemos.
Parece saber que está mal, pero no se problematiza el delito (quizás porque alguien lo va hacer igual). Nunca se verbaliza, pero parecería que para el anciano hay algo de “reparación”: si el mundo “legal” lo perjudica a él, no ayuda al Centro de Veteranos al que concurre y no le permite contribuir a la educación de su nieta, este negocio de la nueva era vendría a darle lo que le han quitado (aunque algunos gustos de los narcos parecen no desagradarle).
Del otro lado, el agente Colin Bates se desespera por desplegar sus redes sobre la misteriosa mula, que lo burla más de una vez sólo por su aspecto y su forma atípica de realizar el trabajo. Entre ellos habrá algún cruce que enfatice el mensaje “edificante” del relato, como para tirarse algún chispazo de química.
Una épica del camino
Lo que queda de la “épica americana” es la ruta, que une los diferentes ámbitos: la sencilla vida en Peoria (Illinois), la zona de nadie de El Paso (Texas) y la mansión del simpático narco Latón, una especie de fiesta permanente de tiro al blanco y chicas en bikini (algún mexicano va a protestar, aduciendo cierto esquematismo). En el medio está la ruta, parte del ADN del cine de Estados Unidos y de la forma en que la cultura de ese país se mira a sí misma: desde que los Joad remontaron la 66 huyendo de la miseria de la sequía de Oklahoma en los ‘30, décadas antes de los motoqueros de “Busco mi destino”; mucho antes de las alocadas “Vacaciones en familia” de Chevy Chase, del “Duelo” de Spielberg y del viaje espiritual de “Sucedió en Elizabethtown”.
Remontar la carretera en auto (los colectivos son para fugitivos, al menos en el cine y las series) es una forma de estar y un tránsito entre las diferentes identidades (encantador afuera, con ganas de irse en casa, le reprochará a Earl su ex esposa Mary). Eastwood filma el camino con variedad de recursos: desde el aire, desde el nivel de la camioneta, deteniéndose en los no-lugares (cafeterías, moteles) y haciendo varios homenajes en el momento del clímax (que no desarrollaremos aquí).
La leyenda del jazz Arturo Sandoval aporta la música del filme (Eastwood cede esa parte por esta vez), subrayando las tensiones y acompañando con sutileza, con cuerdas ligeras, trompeta y piano (aunque también aporte sonidos latinos en momentos más “festivos”); en el camino se cruza con las canciones clásicas (cruce de mexicano y estadounidense, como “Allá en el rancho grande”, por Dean Martin) que Earl escucha durante sus viajes.
Estampas
De la performance actoral del veterano Clint no agregaremos mucho más, salvo decir que ahí abajo sigue estando esa presencia: en la mirada, en las réplicas, en el porte. Y que sigue siendo esos actores que transmiten variedad de matices desde la aparente inexpresividad (“Million Dollar Baby” es una clase de eso); quizás el heredero a su manera de esa escuela para algunos pueda ser Viggo Mortensen.
La sorpresa la da Dianne Wiest: su Mary está llena de detalles gestuales que enriquecen a esa mujer dolida hasta lo profundo, pero capaz de recordar que amó: un destellar en los ojos, un tremular en los labios, y podemos ver los largos años transcurridos.
Del otro lado, Bradley Cooper (ahora también devenido en director) no tiene demasiadas chances de darle aire a Bates, que termina siendo un agente un poco “winner” al que las cosas no les salen como esperaba. Así interactúa con su jefe, interpretado por Laurence Fishburne, y con su ayudante Treviño, encarnado por un Michael Peña flaco y alejado de su registro más humorístico.
Otra de las performances notables es la del argentino Ignacio Serrrichio como Julio, el hombre que el cartel envía a vigilar al anciano: si bien no es un giro sorpresivo en la narración, logra construir el pasaje del narco prepotente al joven encariñado y respetuoso de aquel hombre único.
Taissa, la menor de las Farmiga, tiene aún la frescura juvenil que mostró en “Adoro la fama”, aunque en transición a una energía más adulta: en ese tránsito compone a Ginny, la nieta redentora. Andy García le pone el afable rostro a Latón, un traficante vieja escuela, amante de los códigos, las oportunidades y la buena vida.
Alison Eastwood es realmente la hija de Clint, así que en su personaje de Iris, hija enojada con padre ausente, quizás haya algo de memoria emotiva (no parece ser fácil tener al ex cowboy como padre). Y la familia se agranda: para el rol de Gustavo, el nuevo capo, elige a su yerno Clifton Collins Jr. (marido de Francesca Eastwood): nieto de un compañero de John Wayne, para las grandes audiencias es el taimado Lawrence y El Lazo en la serie “Westworld”; acá no tiene tanto margen para mostrar sus dotes, pero aporta lo suyo.
Con estos elementos el veterano actor y director construye una narrativa que vuelve sobre el devenir de Estados Unidos, esta vez con algo de incorrección política (para los estándares del Partido Republicano en el que milita). Pero en el fondo, aunque algo apostrofado, está el mensaje de que “el trabajo no nos haga perder de vista a la familia”: quizás, como su personaje, necesita decírselo a sí mismo antes de que sea tarde.
* * * *
MUY BUENA
“La mula”
“The Mule” (Estados Unidos, 2018). Dirección: Clint Eastwood. Guión: Nick Schenk, basado en el artículo “The Sinaloa Cartel’s 90-Year-Old Drug Mule” de Sam Dolnick. Fotografía: Yves Bélanger. Música: Arturo Sandoval. Edición: Joel Cox. Diseño de producción: Kevin Ishioka. Elenco: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Dianne Wiest, Taissa Farmiga, Andy García, Alison Eastwood, Michael Peña, Laurence Fishburne, Laurence Fishburne, Clifton Collins Jr., Ignacio Serricchio, Robert LaSardo. Duración: 117 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cinemark.