Felicidades: seguimos siendo contemporáneos de Clint Eastwood. Con casi noventa años, en la última década, el máximo baluarte de la narrativa cinematográfica clásica se dio el lujo de hacer una trilogía testamentaria ( Invictus, Gran Torino, Más allá de la vida) y otra sobre el pasado de su país ( J. Edgar, Jersey Boys, Francotirador). Y ahora con La mula podríamos incluso entender que, luego de Sully y 15:17 Tren a París, ha completado algo así como una trilogía sobre el heroísmo.
Cineasta de tremenda sabiduría que vuelve a protagonizar uno de sus relatos luego de diez años sin hacerlo, sabe ser fluido y claro, y sabe también que la claridad no necesariamente significa obviedad.
El heroísmo de Earl Stone (Eastwood) en La mula es construido de manera sigilosa, convocando nuestra atención sobre las peripecias, sobre las acciones -tanto las excepcionales como las rutinarias-, mientras su visión acerca del mundo queda plasmada no como una mera suma de opiniones, sino como una forma singular de pensar y pensarse.
El floricultor Earl Stone estuvo mucho tiempo en crisis con su familia y ahora también con su trabajo; en realidad, con los resultados de su trabajo, porque en la era del reparto por internet ya no rinde como antes. La economía autárquica y libertaria de Stone no encaja bien en este mundo, o en lógicas organizacionales en las cuales la presencia y el trato interpersonal importan cada vez menos.
El viejo Earl terminará transportando kilos y cada vez más kilos de cocaína. ¿Es La mula una película sobre narcos?, ¿sobre drogas?, ¿sobre dilemas morales alrededor de las actividades asociadas al tráfico?
Eastwood sabe que el mundo y las vidas que transcurren en él no son material para juicios sumarios ni siquiera en forma cinematográfica. En un relato en el que los kilos de sustancias ilegales se cuentan por centenares, Eastwood no traza líneas maniqueas según la ocupación, los orígenes, las orientaciones sexuales o el color de piel. La mula es una película singular, la creación de un individuo que es un autor de cine y quiere decirnos que las maneras civilizadas son lo primordial y que la corrección política debe subordinarse a ellas.
Mediante una excepcional carga humorística, más su habitual economía de la fluidez con sus planos y sus diálogos y sus gestos que dicen mucho sin aturdir jamás, Eastwood ofrece, a los espectadores de su arte indeleble, las emociones del cine con forma de cine. Una vez más.