A sus casi 90 años, Clint Eastwood sigue regalándonos cine del bueno. Dueño de un claridad y una sencillez implacable, el director de Los Puentes de Madison, Río Místico y Million Dolar Baby -entre tantas otras- nos recuerda que no hace falta aturdir al espectador para conmoverlo, y que la economía narrativa puesta al servicio de un guión que sabe lo que quiere puede devenir en una contundencia dramática destacable hasta en una historia menor como la que se cuenta aquí, en donde un anciano de 90 años en bancarrota decide empezar a traficar droga para el Cártel de Sinaloa.
Ficha técnica: Dirección: Clint Eastwood. Guión: Nick Schenk. Elenco: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Taissa Farmiga, Michael Peña, Alison Eastwood, Andy García, Laurence Fishburne, Dianne Wiest, Jill Flint, Clifton Collins. Producción: Clint Eastwood, Dan Friedkin, Jessica Meier, Tim Moore, Kristina Rivera y Bradley Thomas. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 116 minutos; Estreno en Buenos Aires: 03 de enero de 2019.
Con frecuencia, los buenos relatos no se encuentran en las luces rimbombantes de los efectos especiales o en las tesis pretenciosas de autores que intentan explicar el sentido de la existencia humana en dos horas y monedas. Que no se malinterprete: existen excelentes películas de este estilo y autores super talentosos que han logrado expresar en la pantalla ideas a menudo muy complejas y profundas. Pero a lo que voy es que no hace falta ir tan allá para llegar al espectador con un mensaje potente y conmovedor. A veces solo se necesita una historia tan simple como la de Earl Stone, un nonagenario veterano de guerra que, ante la ruina financiera de su actividad como horticultor, decide tener una última aventura como traficante de cocaína para un Cártel Mexicano.
Clint Eastwood tiene 88 años pero está más vigente que nunca.
Basada en un caso real a partir de un artículo publicado en The New York Times titulado: “La mula de 90 años del Cártel de Sinaloa”, Eastwood retrata los últimos años de una persona desesperada económicamente que además carga con la culpa y el remordimiento de no haber sido un buen padre y marido a lo largo de su vida, dado que siempre antepuso su trabajo como florista al bienestar de su familia. En este sentido, la de Earl Stone es una historia de redención, un tipo que hace un balance de su vida, asume sus responsabilidades y emprende un último viaje (o varios, teniendo en cuenta los cientos de kilos de cocaína que transportó) para poner las cosas en orden y así alcanzar cierta paz interior antes de morir.
Pero claro, es un viaje particular, porque se trata de un narcotraficante alejado de todo estereotipo: ¿Quién podría imaginar que un anciano de 90 años, amable, sin antecedentes penales, al que nunca le hicieron una multa de tránsito en su vida y que se detiene azarosamente en la ruta a comer un sandwich, transportaría cientos de kilos de cocaína a través del estado de Illinois y burlaría en reiteradas ocasiones a los agentes de la DEA que lo perseguían (interpretados en esta ocasión por Bradley Cooper, Michael Peña y Lawrence Fishburne)? Este es un poco el atractivo del filme, por momentos absurdo, sumamente entretenido y descarnado en sus momentos más dramáticos.
Eastwood lleva el pulso de la narración de la mano de un clasicismo inapelable, cuya soltura y simpleza ya son una marca registrada de su cine. La película transita la comedia negra y el drama familiar con una naturalidad asombrosa, y si bien el guión no fue escrito por él (corrió por cuenta de Nick Schenk) por momentos parece que así hubiese sido, pues los personajes, ideas y mundos retratados en él son muy propios del “universo Eastwood”.
Es cierto que por momentos la película se hace un poco obvia y reiterativa (el cine clásico también tiene eso) y que algunos personajes secundarios quedan deslucidos, pero en general el personaje de Stone, su moral (entre conservadora y descontracturada) y sus vínculos con los narcotraficantes son tan atractivos que se hace difícil no encariñarse con el viejo “Tata”. El filme, además, tiene la virtud de no esquivar la cuestión del racismo y la discriminación hacia los mexicanos (moneda corriente en algunos estados del país del norte) y humaniza también a los narcos, que son mostrados como personas que tienen sueños, miedos y anhelos, como todos.
Párrafo aparte para la actuación de Dianne West, que interpreta a la acongojada esposa de Stone. La escena desgarradora del final que comparte con Clint es de lo mejor de la película. Por otro lado, la hija de Stone es también la hija de Clint Eastwood en la vida real (Alison Eastwood), y cabe preguntarse si esta ficción sobre las energías que uno deposita en el trabajo y en la familia tendrá algo de autorreferencialidad en la vida del afamado director Estadounidense, que ya lleva más de 60 años trabajando ininterrumpidamente en la industria del cine.
Conceptualmente, The Mule se aleja de las temáticas sobre el heroísmo tratadas en Francotirador (2014), Sully (2016) y 15:17 Tren a París (2017), y se acerca más a propuestas como El Gran Torino (2008) y Curvas de la Vida (2012), en donde la redención y la tesitura de que “nunca es tarde para cambiar” cobran una importancia fundamental. Curiosamente, The Mule es también el primer proyecto actoral de Eastwood desde Curvas de la vida y su primer rol protagónico en una película dirigida por él mismo desde Gran Torino.
Posiblemente, The Mule no pasará a la posteridad como una de las grandes obras de Clint Eastwood. Se trata de un filme chico, ameno, para nada grandilocuente. Sus personajes no son figuras mundiales, ni dejarán una marca imborrable en la historia del cine. A todas luces, es una película minimalista, efímera, como los lirios de Stone, que florecen por un día y luego se marchitan. Pero al igual que los lirios, vale la pena observarlos…