Regreso triunfal: Clint Eastwood sigue más vigente que nunca.
Sin dudas Clint Eastwood es uno de los mejores narradores del cine contemporáneo, y a pesar de sus casi noventa años, sigue sosteniendo la premisa e incluso la supera. Basada en un hecho real, La Mula, sigue a un hombre de su edad, que cuando se ve envuelto en una situación laboral límite, le proponen llevar envíos de droga en su camioneta. Total ¿Quién va a sospechar de un ex combatiente y conductor modelo, que cultiva azucenas?
Separado de su familia por dedicarse de manera obsesiva a la horticultura, con cocardas incluidas, el día que Earl Stone está punto de perder su vivero por “culpa” de internet, en la previa del casamiento de su nieta conoce alguien que le pasa un contacto, porque necesitan un conductor. Es así que casi sin querer comienza a trasladar paquetes con drogas, y se convierte el mayor traficante de un cártel mexicano. Claro que utilizará el dinero para resarcir a sus seres queridos.
De a poco comenzará acercarse a su hija, a su nieta y ex mujer. También salvará a sus amigos de la quiebra y demás menesteres; y tendrá roces con algunos de los miembros de la organización delictiva, donde la traición y el hambre de poder está al orden del día. Y así transcurrirá la cinta, entre la redención familiar y la conversión en uno de los mayores criminales de Estados Unidos, con una DEA que lo persigue a paso incierto por sus métodos no convencionales para la distribución.
Estamos ante un relato característico de Clint, clásico y muy bien contado, que lo tiene a él como protagonista. Haciendo de sí mismo, en el sentido personal, con su conservadurismo, sus mañas, sus gustos que pasan principalmente por la comida, la música y por supuesto el amor; y muy consciente de su vejez. Al contrario de disimularla con máscaras faciales mágicas, muestras todas sus arrugas al natural, también su andar cansino y su voz carrasposa. Está más allá del bien y del mal, y se nota por la calma con que se toma las cosas. La misma parsimonia que usa para traficar sustancias en la ficción.
También utiliza la ironía para referirse a sus ya consabidos prejuicios, como la escena que se encuentra con motoqueras lesbianas y les da un consejo para prender una moto (de origen nacional); o cuando en el camino auxilia a una pareja de color y se refiere a ellos con una expresión demodé y racista. La pareja ya ni se enoja… son otros tiempos, y él lo sabe. Eastwood tiene la virtud de brindar una mirada, distinta y diríamos hasta cotidiana, de una película sobre “drogas”, sin por ello descuidar la tensión narrativa y añadir una fuerte carga dramática. Sin dudas, el viejo cascarrabias sigue más actual que nunca.