Han pasado diez años desde que Clint Eastwood se dirigió a sí mismo por última vez. Fue en “Gran Torino”, que casi sonaba como un testamento. Pero después siguió trabajando, dirigió otras siete películas, figuró a las órdenes de otros en ficciones y documentales, y ahora se vuelve a dirigir. De nuevo, parece estar haciendo testamento. No con mejor letra, sino con más agudeza.Y, de nuevo, el libretista es Nick Schenk, el mismo de “Gran Torino”. ¿Qué más puede pedirse? Melancólica, risueña, complaciente, simple y profunda, y también políticamente incorrecta, “La mula” es una de sus mejores películas. No sabemos si es la última, porque el hombre recién tiene 88 años y quizá quiera alcanzar a don Manoel de Oliveira, que siguió filmando hasta los 106. Pero podría ser una buena despedida. Y también, indirectamente, un mea culpa, porque su personaje reconoce haber puesto a la familia en último lugar, para darle más importancia al trabajo, el ego y los amigos. Lo reconoce y le duele, pero quién sabe si está del todo arrepentido. En esta historia no es el único que pone el trabajo en primer término.
El asunto se inspira en un personaje real, un veterano de guerra, cultivador de lirios, que llegó a la vejez lleno de deudas y por eso se hizo mula, pasador de drogas. Acá el personaje de ficción es una mula en el doble sentido de viejo terco y de pasador de drogas, que a eso lo ha llevado el destino, y en eso sigue después por el gusto de hacer algo, y de sentir todavía la adrenalina en el cuerpo, hasta que lo agarren. ¿Lo agarrarán? Acá también hay suspenso. Y como viejo terco y de pensamiento “anticuado”, también hay diversión (y una mirada irónica, para quien recuerde cómo un personaje de Eastwood trataba a una “dyke” en “Ruta suicida”, hace más de 40 años).