Ya es un clásico. Esperar la nueva película de Clint Eastwood para cerrar, o comenzar, un año a puro cine se convirtió en la nueva tradición. Sus propuestas trascienden la anécdota para ser verdaderos eventos cinéfilos.
Y la apuesta es mayor, cuando, como en este caso, el realizador, que a sus 88 años se anima una vez más a cumplir un doble rol en “La mula”, regresa a la pantalla con una historia que habla de la familia, el amor, las deudas pendientes y las oportunidades que se aceptan sin medir, tal vez, las consecuencias.
Narrada con una estructura clásica de tres actos, en la propuesta asistiremos al derrotero de Earl Stone (Eastwood) un hombre que por cumplir con sus obligaciones se olvidó de lo más importante, su familia, y verá cómo su negocio de cultivo de flores comienza a sucumbir ante la llegada de algo nuevo “internet”.
Entre esas dos fuerzas, la de lo viejo, representada por la familia, el negocio, las deudas, y lo nuevo, internet, “La mula” encuentra el equilibrio justo para contar cómo este hombre, a punto de terminar su vida en la ruina, encuentra la posibilidad de pagar sus deudas (las monetarias, pero principalmente las morales) a partir de la realización de una tarea que lo llevará a un lugar inesperado.
“La mula” es una lección de cine. Construye sus personajes, más allá de Earl, de una manera única y precisa, dándoles el tiempo necesario para que se encarnen mucho más que un rol escrito en un papel, dándoles una vívida imagen.
Si Earl es intempestivo, huraño, hosco, su contrapartida será su familia, que más allá del enojo actual, el de su ex mujer (Dianne Wiest), su hija (Alison Eastwood) y su nieta (Taissa Farmiga), se convertirán en el gran objetivo a saldar y motor e impulsor de su vida. Y mientras avanza en el relato, la propuesta suma características a Earl, una suerte de “Robin Hood”, que ayudará a quien más lo necesite, mientras comienza a cerrarse el círculo en el que se inserta de manera sorpresiva.
“La mula” no es una película sobre alguien que decide asumir el riesgo de transportar algo sin saber si quiera qué es, ni mucho menos, el de una persona ambiciosa que al saber que cuanto más grande la carga será mejor la paga, ya que no termina siendo ni para él el dinero que recibe.
Disfrutando de la vida, de todos los placeres de ella, con la frente en alto, Earl comienza a sentir que todo empieza a tener un nuevo sentido, y Eastwood lo sabe, ofreciendo un cuento con una moraleja (el que comete un ilícito debe pagarlo, y más en la era Trump), que al obviarla se obtiene una de las películas más contundentes de los últimos tiempos.
“La Mula” es una lección de amor y pasión por el cine. Eastwood vuelve a demostrar por qué es Dios. Por qué necesitamos su cine. Por qué sus películas trascienden la pantalla y se convierten en un evento cinematográfico per se.