Modesto entretenimiento que llega a suficiente buen puerto por el inoxidable carisma de su protagonista.
Las historias sobre el mundo del crimen que más impactan no son tanto las más estilizadas, de un universo marcado y con personajes que solo podrían existir allí, sino aquellas que nacen en el más cotidiano de los entornos y con el más cotidiano de los personajes. Esas historias que, al oírlas, cualquier ciudadano de a pie cataloga como algo impensado o como una historia digna de una película. Lo que es seguro es que esa sería la reacción ante la premisa de un hombre de 90 años que obra, sin saberlo, como mula de los carteles del narcotráfico.
La mula con su carreta
Stone es un veterano de la Guerra de Corea que con 90 años se dedica a la horticultura. Cuando su casa, en la cual tiene su vivero, es reclamada por el banco, queda casi desposeído. Hasta que durante la fiesta celebrando el compromiso de su nieta, recibe una peculiar propuesta laboral: una cuantiosa suma de dinero para llevar un cargamento de un punto a otro. Al principio Earl no se queja siempre y cuando llegue el dinero, pero todo se complicará cuando descubra que ese cargamento no es otra cosa que cocaína del Cartel de Sinaloa y, sin saberlo, esté en la mira de las autoridades federales antinarcóticos.
La Mula es una narración que se deja ver como un modesto entretenimiento. No obstante, su primer acto se excede en explicaciones para ilustrar quiénes son los personajes y de dónde vienen, y el segundo acto es un poco desparejo en su manejo de la tensión: hay momentos en donde está claramente logrado, y otros donde simplemente no se siente ese vértigo. Uno siente que las fuerzas opositoras están obrando bien de oficio, pero se conforman con lo mínimo indispensable; el guion no las lleva más allá. Dios sabrá porqué.
Sin embargo, tiene a su favor poseer un protagonista querible de principio a fin, con suficientes luces y abundancia de sombras para que el espectador se pueda identificar.
A nivel actoral, Clint Eastwoodentrega con eficiencia este papel al que solo él podía dar vida, al menos con la lucidez que demanda el personaje. Bradley Cooper y Laurence Fishburne, en su papel de los agentes federales que le dan caza, aparecen prolijos, casi en piloto automático, pero no uno al que se le pueda achacar como defecto. Andy García se muestra jocoso y aporta una moderada cuota de humor en su breve y bien repartida interpretación como cabeza del Cartel.
Por el costado técnico, tenemos una fotografía y montaje que responden al lucimiento actoral. La elección de la banda sonora hace los suficientes méritos para destacarse como un punto a favor.