El incipiente descubrimiento de la sexualidad de una adolescente de quince años –y el poder que puede manejar con ella– causa estragos en un pequeño pueblo jujeño, y en su propia vida, en esta muy buena opera prima de Lujan Loioco. LA NIÑA DE TACONES AMARILLOS marca de entrada su conflicto potencial cuando la protagonista baila libre y desprejuicidamente frente a unos músicos folclóricos ante la mirada un tanto lasciva de varios espectadores casuales. Da la impresión que ella no es consciente de esa atracción y sigue bailando como si nada. Pero pronto lo será.
En el pueblo se está construyendo un hotel por lo que una buena cantidad de trabajadores han llegado hasta allí de otros lados para trabajar en la obra. Isabel (Mercedes Burgos) empieza a atravesarlos una y otra vez hasta que queda claro no solo que despierta las miradas de todos sino que el asunto le atrae. Empieza a llevarles las empanadas que su madre cocina para vender y pronto un tal Migue (Miguel Vignau) comienza a rondarla, como un predador. Pero Isabel en lugar de correr espantada se siente atraída por él o quizás, inconcientemente, por el poder que su sexualidad genera. Lo cual la lleva a enredarse en situaciones que exceden la apropiado y que cualquier espectador rápidamente puede prever.
Los cambios de Isabel le generan conflictos con su madre, con su mejor amiga, con un amigo con intención de noviecito del mismo pueblo y la ponen en una situación de incomprensión generalizada. Pero Loioco no la juzga: entiende sus pulsiones, por más audaces que puedan ser. Más allá de que es obvio el carácter “predador” tanto de Migue como, metafóricamente (y no tanto), de los empresarios de este hotel de lujo que explota a los locales, el espectador es libre de decidir si seguirla o no en su búsqueda llena de erráticos y confusos descubrimientos.
Para el final el filme tal vez subraya y explota –con una escena tan innecesaria como desagradable– ese conflicto y lo corre hacia un terreno un tanto más obvio, pero eso no quita que la problemática “coming of age” de la protagonista no siga siendo riquísima de analizar, acaso más en el nivel personal (el descubrimiento de la sexualidad, las confusiones que eso genera y los errores que nos lleva a cometer) que en el metafórico/político, en el que se pretende utilizar esa situación para hablar de la explotación de los empresarios hoteleros al pueblo y la respuesta muchas veces no del todo firme de los supuestamente explotados.
En ese sentido la actuación de Burgos (que da muy bien la edad de la protagonista pese a tener unos cuántos más) es un punto clave a favor del filme de Loioco. En apariencia muy segura de sí misma, obstinada, decidida, sin ningún tipo de cliché de “inocente niña pueblerina” pero finalmente habitando las fragilidades propias de su edad, su Isabel tiene características de personaje de película de Leonardo Favio. Alguien que conoce las calles de su pueblo y no se deja amedrentar fácilmente por las complicadas circunstancias que aparecen en su camino. Para bien o para mal…