El fin de la inocencia
Más allá de los aciertos y errores, aborda con decisión y personalidad un tema complejo.
Es un juego riesgoso el que propone La niña de tacones amarillos. Por lo que ocurre en la historia que cuenta, pero también por la apuesta de María Luján Loioco en ésta, su opera prima.
Metáfora, quizá demasiado explícita, del descubrir del mundo por parte una jovencita de pueblo, la película nos invita a identificarnos con la historia de Isabel (Mercedes Burgos), una quinceañera ávida, curiosa, inquieta, que recorre su propia cotidianeidad con ansiedad imparable. Reflejada en sus deseos más primarios: ciudad, perfumes, zapatos que no puede tener.
Pero pronto Isabel descubrirá nuevas herramientas para permitirse soñar. La construcción de un hotel spa en el pueblo incorpora actores inesperados a su mundo, nuevos estímulos devenidos de un choque cultural acotado. Isabel siente el poder de su belleza, es la chica linda del pueblo, objeto de deseo para un grupo de trabajadores que transpiran machismo. Isabel está dispuesta a explorar ese mundo, esa nueva frontera que la muestra poderosa y en riesgo a la vez. Aquí el filme choca con la versión estereotipada de personajes y situaciones previsibles que se repiten, diálogos que no alcanzan la naturalidad que exige la trama.
En el trasfondo asoma ese momento bisagra, situación que Isabel enfrenta por inercia, por necesidad, incluso por deseo, y que puede cambiarle la vida, marcarla temprano en ese pueblo chico del que quisiera escapar. Y está el choque cultural, presente incluso en un juego con la música, con las letras de cumbia, otra clase de inseguridad. Machismo, conservadurismo, deseo, ambición, abuso. Son varias las perspectivas para seguir esta historia. Loioco construye para el personaje un andamiaje, un juego de seducción y miedos que justifican la apuesta.