Para darle un empujoncito a la empatía, La Niña de Tacones Amarillos nos muestra cómo es la vida adolescente en una situación social revuelta.
Durante muchos años las producciones no históricas ni centradas en la Ciudad de Buenos Aires fueron desatendidas salvo por los círculos independientes de las propias provincias que las realizaban. Con la llegada de internet y métodos alternativos de distribución, muchas películas vieron sus espectadores crecer y gracias a ello comienzan a aparecer en el radar cultural del resto del país. Es una suerte pertenecer a esta segunda época, en la que se permite al público conocer y elegir entre todas (o muchas) de las producciones que este país tiene para ofrecer.
Isabel tiene 15 años y vive en Tumbayá con su hermano menor y su madre. Una gran empresa decide armar un enorme hotel con spa en su pueblo, y esto, naturalmente, trae un cambio muy grande para la población. Los albañiles no solamente alteran el flujo económico del lugar, sino también el social. Uno de ellos empieza a rondar a Isabel, con ideas románticas muy distintas a las de una chica de 15. Entre otros amores, amistades y su relación con su familia se pinta el amargo escenario sobre el que Isabel debe crecer.
La intención de La Niña de los Tacones Amarillos es difícil de discernir al principio. Parece la clásica película en la que alguien llega a la madurez, pero el contenido sexual pesado que tiene hace que tampoco pueda describirse con tanta ingenuidad. Esto, combinado con el drama constante de la vida adolescente promedio, la convierte en una suerte de fábula. Su valor como advertencia sobre los peligros a los que están expuestas las jóvenes es enorme, aunque es probable que el público de esa edad no se vea tan atraído por la trama. Al contrario, los adultos que la vean entenderán inmediatamente este tono, cercano al de una película de terror.
No solamente trata el tema del crecimiento y la adolescencia, sino que la llegada de este gran hotel a Tumbayá trae a la luz un escenario de alteración económica que afecta a todo el pueblo. Muchos de los espectadores de esta película seguramente vivan en una gran ciudad, donde esto no sucede más que en escala barrial. Ilustrar un suceso semejante no sólo sirve para dar pie al resto de la historia, sino que es una crítica en sí misma.
Luján Loioco, la directora, ya había trabajado en producción y como asistente del director en TV y cortos, pero La Niña de los Tacones Amarillos es su ópera prima en cuanto a guión y dirección. La mayoría de los actores tienen poca o nula experiencia, sin embargo logran ilustrar las complejidades de sus personajes con destreza y precisión. Mercedes Burgos y Manuel Vignau se roban la película, tanto cuando están juntos en pantalla como por separado. El escenario que provee el Norte Argentino es inquietante pero hermoso y el equipo de fotografía y arte logró utilizarlo con maestría para que se corresponda perfectamente con el tono que la trama transmite.