Crecer de golpe
En su primera película, La niña de tacones amarillos (2015), la realizadora Luján Loioco logra imponer un estilo narrativo muy diferente al de muchos films que circulan en el 17 BAFICI. Principalmente porque desde la primera escena logra transmitir una esencia y naturalidad que deslumbra por la belleza contrastante entre la protagonista y su entorno. Sin embargo hay algunos blancos que no terminan de cerrar, como la manera de hablar de los intérpretes, completamente alejada a la de los lugareños. Por suerte, la puesta y dirección de cámaras superan cualquier reclamo.
La niña de tacones amarillos habla de como se crece de golpe sabiendo que las decisiones marcan a fuego cualquier sueño que se tenga por cambiar una realidad. Isabel (Mercedes Burgos) entra en escena corriendo y bailando, como una ráfaga fresca en el árido paisaje de Tumbayá, Jujuy. Sonrie, se mueve, juega con su cabello, desea ser como su ídolo musical Gloria (¿es Emme?) y pasa las tardes en la casa de su amiga Sara pintándose las uñas y hablando de chicos.
Isabel sabe que en Tumbayá no podrá encontrar aquello que la libere de esa cárcel de rutina y tedio, de siesta obligada y trabajo codo a codo con su madre en la entrega de comidas caseras. Cuando llega al pueblo un contingente de obreros para construir un hotel, la joven cree encontrar una oportunidad al ver en Miguel (Manuel Vignau), el vehículo para salir de allí. Consigue unos zapatos de taco amarillo (cualquier comparación con el video “Let's Dance” de David Bowie es evidente) que se convertirán en el objeto que marque el cambio de la niña a la mujer esperada.
El film tiene mucho de una novela que hace unos años protagonizó Salma Hayek y que se llamó Teresa (1989), que contaba como una joven de clase baja aspiraba a través de engaños y seducción cambiar su status social. Acá la situación no llega a tanto, pero sí Isabel va transitando el paso de niña a mujer a fuerza de mentiras. Luján Loioco rodea a su protagonista con travellings envolventes, primeros planos, detalles de su cuerpo, para afirmar la necesidad imperiosa que posee la joven por cambiar su vida de pueblo. Un relato sobre la transición y cambio corporal que la directora cuenta con honestidad.
Una historia que gracias a una correcta puesta en escena, un buen nivel actoral, y principalmente el observar las costumbres de un pueblo, hacen que su estética se emparente con un culebrón rural que termina convenciéndonos sobre la llegada del otro para terminar de reordenar las necesidades y los anhelos de una niña en crecimiento.