La niña mujer
A la debutante directora argentina María Luján Loioco le importo poco si existe una mirada prejuiciosa del público que se acerca a La niña de los tacones amarillos y eso vuelve a la película elogiable y arriesgada, porque también la realizadora capta la complejidad narrativa y óptica del film.
En el pueblito Tumbayá de Jujuy, muy cerca de la Quebrada de Humahuaca, se desarrolla la historia de la joven Isabel, que ayuda a su humilde madre soltera a vender empanadas para sustento familiar. El lugar elegido es el predio donde un grupo de obreros construyen un hotel-spa que significa un cambio radical para la cultura local e impactará la vida de Isabel. Cambios constantes y de cierto paralelismo con la historia interna de una inocente quinceañera que comenzará por descubrir el poder de su seducción.
Loioco no victimiza ni condiciona socialmente a su protagonista sino que naturaliza sus actos, que no son más que ciertas iniciaciones al prohibido mundo adulto. Claro que tales insinuaciones resultarán atrevidas para la moral de ciertos espectadores, al tratarse sobre todo de una menor, por eso La niña de los tacones amarillos sabe arriesgar con aciertos. El comienzo tiene esa exquisitez del buen cine latinoamericano a veces un poco hollywoodizado, con escenas de un ritmo western que acompañan a una apurada Isabel por llegar a la peña del baile. Y así continúa con panorámicas de 360 grados cuyo frenesí invitan al espectador a ser partícipe del ánimo festivo de la joven.
La niña de los tacones amarillos no se cansa de sentar paralelismos entre adolescencia/adultez, inocencia/madurez o sensualidad/arma-peligrosa. A nivel macro-social lo efectúa en el contexto cultural de aquel pueblito y sus habitantes que se debaten entre el Interior “atrasado” y el porvenir de la Capital. Muchas veces presenciamos a Isabel charlando junto a su “acaudalada” amiga sobre ese deseo de vivir la realidad de la gran urbe de mujeres independientes y femeninas en oposición a la cotidianeidad tosca de Tumbayá. E Isabel se irá convirtiendo un poco en esta femme fatale latina que se debate entre el qué dirán las lenguas de los vecinos de Tumbayá y el deseo que intuye por su cuerpo.
Esos deseos inocentes que poco a poco irán siendo prohibidos para Isabel, quien vive un tránsito ambiguo entre el día escolar y quehaceres hogareños junto con la espesa oscuridad de las noches de adultos. Noches por momentos “implícitas” para el pueblo pero explícitas para el espectador. Sin embargo, el refrán “pueblo chico, infierno grande” siempre está a la orden donde todos oyen y todos ven con buen ojo de lince. Y aquí reside otro de los condimentos acertados de Loioco: el poder de lo que no se ve pero se imagina con momentos demasiados turbios y tristes que nuestra “Lolita” atraviesa.
Estamos ante un film avasallante, fresco, directo, de ritmo ascendente y gran atractivo visual sin caer en el paisajismo preponderante. Aquí importa las relaciones entre los afectos de Isabel y su entorno exterior -nuevamente la ambigüedad contrapuesta- y se juega con la curiosidad de su propia protagonista (un papel brillante de la novata Mercedes Burgos).
Realmente este film escapa a los lugares comunes, utilizando varios recursos técnicos hasta lo desprejuiciado de la historia, pasando por el diseño visual en su impactante afiche de venta donde prevalece el color amarillo, leit motiv de la narración. Da gusto ver películas nacionales de calibre independiente donde directores y actores talentosos se lucen por fuera de las taquilleras realizaciones argentinas que ofrecen popularidad por sobre calidad, léase una de Darín, Francella o Suar.