Una película que nos recuerda la enorme importancia de la obsesión en un personaje.
Hoy por hoy estamos tan acostumbrados a las grandes historias, que nos olvidamos que también las hay pequeñas, incluso con más corazón y muchas más cosas que decir que la vasta mayoría de los tanques que ni siquiera se esfuerzan a nivel guión. Pero si estas pequeñas historias son también concebidas y arraigadas en los más elementales ––y tristemente olvidados–– principios narrativos, puede destacarse su esfuerzo a pesar de los inevitables errores que puedan presentarse en el camino.
Toda persona es un deseo
Isabel es una adolescente que vive en un remoto pueblo de Jujuy, el cual recientemente esta de parabienes por estar circundando la construcción de un hotel que podría darle empleo a los lugareños. No obstante, Isabel siente la necesidad de ver que hay más allá de su pueblo. Una necesidad, un objetivo, que en pos de cumplirlo la arrastrará por un derrotero que no torcerá en lo más mínimo su determinación.
Si bien posee una estructura de tres actos atípica, algún que otro tiempo muerto y alguna que otra escena de relleno, La Niña de los Tacones Amarillos es un ejemplo a seguir en un apartado en especial y es en el del desarrollo del personaje protagónico. Esto se debe a que implementa un principio tan básico, necesario y tristemente olvidado como es la obsesión de un personaje por conseguir esa meta que quiere tanto. Aunque no lo hace de forma grandilocuente, vemos como este deseo de Isabel por querer irse de su pueblo la obliga a incurrir en actos cuestionables que la humillan, le arrancan su dignidad y la alejan de los que más quiere conforme su meta se vuelve más cercana. El desenlace a muchos les parecerá poco satisfactorio, pero si prestan atención, no tanto al viaje sino al personaje, se darán cuenta que estamos ante un primer capítulo que no necesita de secuelas para saber cómo va a terminar. Es una sola fotografía, cuyo futuro el espectador construye más allá de la proyección.
En el apartado técnico tenemos una eficiente fotografía, con cuidadas composiciones de cuadro hechas en Cinemascope, la cual que no sucumbe a tantos cortes de montaje, sino que agrupa a los actores como si de un escenario teatral se tratara, y tiene la suficiente sutileza de meter un primer plano o un movimiento de cámara sólo en el momento preciso.
La dirección de arte también entrega eficiencia en su desempeño, pero su uso del color es notable y un derivado directo de la meditada escritura de la película; los tacones amarillos que adquiere Isabel, así como los hechos que rodean dicha adquisición simbolizan muy concretamente quien es y lo que está dispuesta a hacer para conseguir lo que quiere.
En el apartado actoral tenemos interpretaciones lucidas del reparto, pero quien destaca es su protagonista Mercedes Burgos, quien se lleva al hombro la película y la hace suya desde su primera aparición demostrando perfecto control de qué es lo que mueve a este personaje. Una seguridad tan inmediata como poco frecuente.
Conclusión
La Niña de los Tacones Amarillos es una película que aunque tiene sus tropiezos, cuenta con suficientes virtudes para destacar. Aunque no es para todo el mundo, los asiduos a querer ver un cine distinto al que ofrecen las grandes cadenas podrán sacarle mucho provecho. Un ejemplo más que prolijo.