Abril cambia radicalmente de vida: deja su trabajo de tatuadora en Buenos Aires para instalarse por un tiempo en una pacífica playa del sur brasileño con la idea de fabricarse un futuro que en su gris cotidianidad no alcanza a vislumbrar.
La protagonista de esta película poco convencional - que se exhibió en la última edición del Bafici - es un personaje díscolo e impredecible que parece atravesar una visible angustia e intenta mitigarla a partir de nuevas experiencias.
El buen trabajo de María Figueras (una actriz con mucho recorrido en el campo teatral) es una de las fortalezas más notorias de una historia que arranca mostrando la abulia en la que está sumergida su relación de pareja con un director teatral completamente enfrascado en el trabajo de preparación de una obra (que, de hecho, es la exitosa La terquedad, estrenada no hace mucho en el Cervantes por Rafael Spregelburd, a cargo de ese rol en el film) y luego abandona deliberadamente esa línea para enfocarse en la subjetividad de Abril.
La conexión entre los textos de esa obra (introducidos a través de la voz en off de Spregelburd) y el relato de ese viaje en busca de una posible sanación no es del todo clara ni necesariamente le aporta un condimento que potencie al film.