La nueva película de la realizadora de COMO PASAN LAS HORAS hace convivir, prácticamente, dos relatos en uno. Por un lado, el filme estrenado mundialmente en el pasado BAFICI se centra en la búsqueda personal que enfrenta Abril, una mujer que se dedica al tatuaje (interpretada por María Figueras), al irse a Brasil luego de atravesar un par de situaciones conflictivas en Buenos Aires que involucran una crisis de pareja y un posible hecho de consecuencias trágicas.
Su pareja la interpreta Rafael Spregelburd, que encarna una versión ficcionalizada de sí mismo ya que, más allá de su tensa y compleja relación ficcional con Abril, lo que vemos es a él ensayando y diciendo en off textos de su propia obra, LA TERQUEDAD. Son esos ensayos y el tiempo y la concentración que a él le demandan –entre otras cosas– los que llevan a Abril a irse a Brasil tratando de reencontrarse a sí misma. Una vez allí vivirá una serie de encuentros y desencuentros (sexuales, espirituales, etc) mientras aquí, pareja y madre, quieren saber de su paradero.
La obra de Spregelburd se mantendrá a lo largo del filme tanto en su voz en off (los textos que se dicen son de la obra) como en los ensayos con el elenco (real) que vemos, aunque es un tanto más complejo encontrar la relación entre esos textos y la problemática de Abril, salvo que uno haya visto la obra. De todos modos, aún habiéndolo hecho, sigue costando encontrar la conexión entre los análisis del discurso y los lenguajes del autor y el viaje para superar la crisis de su mujer.
De todos modos, y más allá de ese combo de comprensión un tanto esquiva, Oliveira Cézar siempre encuentra espacios para desarrollar una poética personal, especialmente en los momentos en los que Abril se deja llevar por las situaciones que atraviesa en su estancia brasileña, algo que la emparenta en cierto modo con las vivencias del personaje de Mercedes Morán en la inminente SUEÑO FLORIANOPOLIS, de Ana Katz, aunque en un tono claramente más contemplativo. Y los textos, más allá de su lateral relación con la historia, son bellos en sí mismos y potencian la expresividad de la película.