Inés De Oliveira Cézar vuelve al cine con una coproducción entre Argentina y Brasil. Se trata de La otra piel (2018) que presenta a una mujer (María Figueras) en crisis de un país a otro.
Abril (María Figueras) está en crisis. La vemos fumar y gritar en su casa ante los llamados telefónicos de su pareja (Rafael Spregelburd) que está ensayando su obra La terquedad. Las frases del texto La terquedad resuenan en la película trazando puentes entre realidad y ficción, entre la obra que se representa y el torbellino interior de la protagonista.
El hombre está estresado producto del inminente estreno de su obra monumental, y coquetea con actrices y asistentes mientras descuida a su mujer, quien no le expresa su malestar. Ella tiene otra forma de vivir su crisis: dialoga con sus clientes a quienes les hace tatuajes y hasta se permite tener una relación con un actor de la obra de su pareja. Pero algo del orden trágico sucede y su destino cambia radicalmente de un día para el otro.
Inés de Oliveira Cézar ha trabajado en varias oportunidades sus films sobre tragedias griegas (Extranjera, El recuento de los daños). No es el caso aquí, aunque La terquedad como texto disparador tenga ciertas similitudes. El destino circular de su protagonista sigue la estructura de una tragedia clásica: Un fatalismo del destino producto de un comportamiento inadecuado produce el desarraigo y la fatalidad la acompaña.
Pero aquí hay un elemento fundamental anclado en el título: La manera de reinvertarse, perderse, reencontrarse que Abril tiene es su cuerpo. El sexo, la pose, la piel. Su actividad -realizar tatuajes- es una alegoría de las marcas corporales que dejan las experiencias de vida en su relación con un otro.
La otra piel es una película de planteos interesantes y búsquedas prometedoras, pero no alcanza la eficacia discursiva de películas anteriores de la realizadora, donde el anclaje entre teatro y realidad, mitos y verdades, era mucho más evidente.