El cine chileno, que en más de una oportunidad fue reconocido a nivel mundial con títulos tan emblemáticos como, entre otros, Julio comienza en julio y La luna en el espejo, ambos de Silvio Caiozzi; El chacal de Nahueltoro , de Miguel Littin, o La frontera , de Ricardo Larraín, es, lamentablemente, poco estrenado en la Argentina. La pasión de Michelangelo -tras la premiada No , también de esa procedencia- viene, pues, a reparar en parte este olvido y a mostrar a Esteban Larraín como uno de los más jóvenes y promisorios realizadores del nuevo séptimo arte trasandino. Para su propósito, el realizador tomó una historia verídica ocurrida en un pequeño pueblo de aquel país durante los duros años de la dictadura de Augusto Pinochet. Hasta allí, y por órdenes de sus superiores, llega el padre Ruiz-Tagle, un jesuita que carga desde hace años una profunda crisis de fe, para investigar a Miguel Ángel, un adolescente huérfano que dice poder ver y hablar con la Virgen María. Rápidamente, el rostro sufriente del muchacho es reproducido en todos los medios y de inmediato cientos de miles de personas peregrinan hasta Peñablanca, el poblado en el que vive, para participar en ceremonias donde profecías, estigmas, levitaciones y curas milagrosas son parte de la rutina habitual.
El sacerdote verá confrontadas sus certezas y sus dudas con algo que parece una manifestación divina. Por su parte, Miguel Ángel ha comenzado una drástica transformación pasando de un tímido adolescente a un caprichoso dictador que manipula el entorno a su favor. ¿Qué puede hacer ese sacerdote recién venido de la gran capital para esclarecer este misterio? ¿De qué manera podrá luchar contra varios pobladores que hacen pingües negocios vendiendo imágenes y estampas de la virgen a aquellos que caen arrodillados a los pies del joven? Las conversaciones entre éste y el cura no bastan para apaciguar ese entorno en el que enfermos y moribundos se arremolinan en torno de ese muchacho para que él les acaricie sus cabezas en procura de salud y bienestar. Los miembros de la Iglesia Católica prohíben, con la intención de apaciguar los ánimos, rendir culto a la virgen en Peñablanca y el gobierno deja al muchacho librado a su suerte.
Sobre la base de un guión tenso, por momentos cálido, a veces intensamente dramático, el director logró un film en el que sus personajes y sus entornos hablan de una fe que se convierte en angustia para esos dos personajes que confrontan sus ideas y sus convicciones. Larraín logró, además, y con precisos toques de multitudes sedientas de esperanza, un entramado en el que ese Miguel Ángel, poderoso al principio, no puede evitar sufrir un derrumbe bíblico. Para apoyar este relato están aquí la impecable labor de Patricio Contreras como ese sacerdote inmerso en una problemática que se le escapa de las manos, y de Sebastián Ayala, un joven actor que supo ponerse con autoridad en la piel de alguien que cree estar signado para acercarse a la devoción divina. La fotografía y la música son otros precisos elementos de apoyo en esta producción que habla, sin duda, de un cine chileno que siempre busca impactar y sacudir al espectador.