Creer o reventar
Tras su multipremiada Alicia en el país, Esteban Larraín reconstruye aquí el caso real de un chico de 14 años (huérfano, iletrado) que en 1983 aseguró que podía ver y conectarse con la Virgen María (y, claro, hacer más de un milagro por su intermedio). Con sus estigmas a cuestas y su discurso demagógico y carismático cada vez más desarrollado, el muchacho, Miguel Angel, se convirtió en una celebridad pública y llamó la atención no sólo de miles de fieles ávidos de revelaciones que lo siguieron hasta el poblado de Peñablanca, cerca de Valparaíso, sino también de los medios de comunicación, de las autoridades militares en el poder y, claro, de las eclesiásticas.
El film -que tiene un punto de vista algo confuso- está narrado desde la perspectiva del chico (interpretado por el debutante Sebastián Ayala), de la del padre Ruiz Tagle (Patricio Contreras), un jesuita que carga una larga crisis de fe enviado por la Iglesia al lugar para investigar el caso; y del párroco local, el cura Alcázar (Luis Alarcón), que de alguna manera lo protege, lo supervisa y lo manipula. Larraín apuesta por un relato coral (que no permite profundizar demasiado en la psicología de los protagonistas) en el que también aparecen un comunista (Luis Dubo) que vende merchandising de la Virgen, una mujer absolutamente convencida de los milagros en cuestión (Catalina Saavedra) y su escéptico marido (Roberto Farias), un fotógrafo que de alguna manera también queda inmerso en ese contradictorio contexto.
El film tiene algunas lúcidas observaciones sobre el súbito ascenso a la fama (y, claro, sobre cómo “bajar es lo peor”), como si Miguel Angel se tratara de una estrella de rock efímera. También es interesante la veta documentalista (el director proviene de ese universo) para describir la urgencia y la descontención (y desorientación) de una sociedad reprimida y a la vez indignada en medio de la dictadura pinochetista, cuando las primeras protestas ya empezaban a aparecer.
Pero el tema central, por supuesto, es el de la fe y sus múltiples ramificaciones (desde la sugestión hasta el fanatismo). La película contrapone -a veces de manera un poco obvia- la inocencia original del muchacho con sus desplantes, caprichos y actitudes despóticas una vez que es ungido en nuevo profeta. El film también expone -con algunos excesos melodramáticos subrayados para colmo por la música- la volatilidad y la crueldad de un entramado social siempre advenedizo y maleable. Aunque, como dice el dicho popular, “el que mucho abarca poco aprieta” (el despertar sexual es otro de los subtemas), La pasión de Michelangelo tiene unos cuantos momentos destacados y apuntes valiosos. No será una de esas joyitas que nos ha regalado el reciente cine chileno, pero es una propuesta bastante atendible.