Dos puntos son los más rescatables de éste filme chileno, del mismo director de “Alicia en el país” (2008), en primer lugar la recuperación del gran actor Patricio Contreras, no por su calidad interpretativa, que nunca estuvo en duda, sino por la complejidad del personaje que le toca construir y para el cual utiliza todos los recursos histriónicos necesarios, al mismo tiempo de hacer un uso económico de los mismos. Tanto es lo que puede manifestar con una mirada, un gesto facial, o una impronta corporal, que lo textual por momentos quedaría figurativamente sólo como refuerzo.
Por otro lado la historia en sí misma es un hecho innegable, con un personaje real, sucedida en el país trasandino, en la cual un joven de 14 años, Miguel Ángel, comienza a transitar por las calles aludiendo estar comunicado con la Virgen María. Apadrinado por el cura del lugar, el Padre Alcázar (Luis Alarcón), el joven llegará a tener cierta influencia muy falaz, y por algún tiempo, sobre la gente del pueblo de Peñablanca, haciéndose extensivo a otras partes del país.
Allí llega el Padre Ruiz Tagle (Patricio Contreras), un misionero enviado por la iglesia para corroborar o no los “milagros” que se van produciendo en ese lugar olvidado de Dios, sobre todo en la época en que la dictadura de Pinochet aparecía estar afirmada.
Entre las vicisitudes mismas de un hombre de fe, cuya credulidad va decreciendo, y la manipulación que del muchacho hace el cura del lugar, induce a la criatura a que intente despegarse del yugo eclesiástico y transitar solo con un afán meramente lucrativo, con la presencia de los oportunistas que ven en el hecho un gran negocio, como un otrora comunista vendiendo imágenes de la Virgen, o el fotógrafo gráfico desempleado que registro unas nubes en el cielo con supuesta imagen de la Virgen, pasando por los fanáticos de la fe sugestionados por una verdad improbable, tal cual la esposa de éste último, personificada, otra vez de manera increíble, por Catalina Saavedra, la misma que este año viéramos en “La Nana”.
El problema principal del filme radica en su estructura y en la actuación del que debería ser el personaje principal de Michelangelo, encarado por el debutante Sebastián Ayala, el que es fagocitado, desde lo actoral, por los nombrados anteriormente.
Desde las cuestiones técnicas, la fotografía realista refuerza el texto, pero la producción tiene entre sus puntos bastante bajo el diseño de sonido y, principalmente, la música que por momentos se torna intolerable, por lo empalagosa más que por lo empática. Asimismo afecta a la narración el utilizar demasiado tiempo para describir los hechos que involucran el ascenso del personaje, repitiendo excesivamente actos y palabras que redundan y no brindan nueva información, por lo que el relato se vuelve un tanto moroso, hasta que aparece el ultimo punto de quiebre y todo el desenlace se precipita terminando por estar mal construido. Ello le quita verosimilitud, siendo verídico. Tanto que no sólo la cantidad de personajes que circulan, sino también los temas que va presentando o insinuando, carecen del desarrollo apropiado, como el abuso de menores en el seno de la iglesia, los avasallamientos de la dictadura, o el empobrecimiento del pueblo.
No es de lo mejor que haya llegado desde nuestros vecinos, pero se deja ver.