Inquieta drama casi buñuelesco
Luis Buñuel la hubiera hecho de otro modo, pero también hubiera recomendado esta versión. Se trata de un interesante, incómodo e intenso drama psico-religioso basado en hechos reales: el caso de Miguel Angel Poblete, adolescente que en 1983 decía ver a la Virgen, congregando multitudes en las afueras de Peñablanca, un pueblito perdido no muy lejos de Santiago de Chile. El espectáculo que provocaba entre la gente crédula, el rédito que sacaban comerciantes y acaso también funcionarios, decidieron la condena de la Iglesia, cuya Conferencia Episcopal estaba enfrentada al gobierno militar. Pero ahí no terminó la historia.
La película que ahora vemos revisa el asunto a través de diversos personajes: un cura jesuita enviado a investigar, el viejo cura párroco, crédulo pero no tonto, buscavidas ateos pero muy partícipes, sencillas pobladoras, untuosos señores que captan al "vidente" y le sugieren el texto de las "revelaciones", y el propio chico, de comportamiento ambiguo, que creció fascinado por la liturgia y perturbado por la carencia de una madre.
Así se abre la posibilidad de diversas lecturas sobre los fenómenos religiosos populares de Sudamérica, el manejo de íconos y mensajes, la mecánica de investigación de la Iglesia, la fe de sus ministros, la sospecha de orquestación política (parte donde el guión peca de esquemático), la metáfora de una sociedad necesitada de ilusiones, la fe por encima de cualquier manejo o explicación, la naturaleza humana del supuesto mensajero. Ahí los autores realmente supieron analizar y exponer la psicología del personaje, y la última línea sobre el destino del auténtico Miguel Angel no es para cargar las tintas, sino para completar coherentemente su retrato. Por otra parte, lo que dice es cierto.
Director, Esteban Larrain, de formación documentalista. Coguionista, el veterano José Román ("Valparaíso mi amor", "Ya no basta con rezar", donde la tenía más fácil, etcétera). Protagonistas, Patricio Contreras como el jesuita que, según sus mismas palabras, ya no ve "el rostro de Dios en la gente", el aún más veterano Aníbal Reyna, cuyo párroco confiesa en cierto momento que por amor a la Virgen ha "pecado de vanidad, orgullo y también lujuria" (aunque jamás haya tocado al "angelito", lo que hubiera sido un deleite para los anticlericales), y, por supuesto, el debutante Sebastián Ayala, a quien habrá que prestarle atención. No es una película perfecta, pero tiene fuerza y algo que decir.