Los huérfanos de la fe
La nueva película de Esteban Larraín reconstruye una ocurrida durante la dictadura pinochetista en un pueblo chileno, donde un joven decía tener línea directa con la Virgen María.
¿Opio nacional? ¿Fraude político teológico? ¿Un caso clínico? ¿Psicopatología de masas? La pasión de Michelangelo, la segunda película de ficción de Esteban Larraín reconstruye un evento cultural y políticamente clave a principios de la década del '80, después de unos 10 años de Pinochet. ¿Qué tiene que ver la Virgen María con una dictadura impía?
Si bien 'desaparecido' es una palabra precisa para sintetizar el régimen de Pinochet, La pasión de Michelangelo gira en torno al concepto inverso. Se trata de la aparición en los cielos de Peñablanca, no muy lejos de Valparaíso, de la madre de Dios. Un joven llamado Miguel Ángel Poblete parecía tener línea directa con la entidad celestial: la escuchaba, podía verla materializada en las nubes, curaba en su nombre, sangraba por ella y hasta podía interpretar mensajes sin muchos matices ni vueltas: "Recemos por el presidente; confiemos en él", decía en nombre de la Virgen.
Como si la razón fuera un instrumento de la fe, será el padre Modesto (sólido trabajo de Patricio Contreras) el encargado de verificar si se trata de una superchería o de un signo vertical que confirma la existencia de una realidad suprasensible. Mientras intenta descifrar si el joven es un demente, un títere del poder o un mediador entre dos reinos, los locales viven una fiesta: su pueblo perdido se ha convertido en tema nacional, más importante incluso que las primeras protestas contra el régimen, que han dejado en Santiago muertos, heridos y detenidos.
El tema es fascinante, y el punto de vista de Larraín, no del todo ajustado, asume un principio de caridad interpretativa tamizado por un humanismo a secas: el padre Modesto, que llega a desmontar el fenómeno religioso, sentirá una verdadera compasión cuando la Iglesia le baje el pulgar a Miguel Ángel y la institución castrense lo abandone a la ira de los feligreses. La inesperada conversión de un periodista ateo por un presunto milagro y la curación prodigiosa de un creyente dejarán lugar a la duda en favor de Miguel Ángel.
A Larraín le faltó fe en sus imágenes. La música omnipresente y algunos parlamentos muy esquemáticos socavan la iconografía del filme y su ambivalencia simbólica. El modelo narrativo no está lejos de asemejarse a una historieta de una clase de catequesis sobre la herejía. Pero la sustancia del filme neutraliza por momentos sus yerros y es suficiente para sugerir que la orfandad de su protagonista no es mayor que la de un pueblo desesperado. Y no estaría nada mal una película sobre cómo Miguel Ángel se transformó en Karol Romanoff, una religiosa transexual y líder de los Apóstoles de los Últimos Tiempos, que murió en el 2007. Para Miguel Ángel, la vida siempre estuvo en otra parte.