Retrato Parakultural A través de de una serie de elementos cinematográficos, Goyo Anchou y Peter Pank reconstruyen en La peli de Batato (2011) no sólo la vida y obra de quien fuera uno de los referentes de la movida teatral post dictadura, sino también la historia del movimiento under y su influencia cultural en la Argentina de hoy. La película toma como punto de inicio una tesis cinematográfica que Peter Pank realizó con Batato Barea a principios de los 90. El binomio reformula ese material para construir, junto a una serie de imágenes cedidas por el propio Batato antes de su muerte, una consistente biografía sobre uno de los referentes actorales de los años en los que el Parakultural era el templo de la vanguardia argentina. El documental mantiene una impronta fiel a la del personaje que muestra. Así se nutre de una serie de elementos plásticos que sirven para brindarle dinamismo y no caer en el típico formato periodístico. Pantalla dividida, sobreimpresiones de imágenes, composición sonora en varios planos, testimonios actuales fundidos con imágenes de archivos, sirven para que la forma elegida de acercarnos la historia sea afín a la historia. Mostrar la vida de Batato siguiendo ciertos parámetros característicos del documental clásico hubiera sido una traición, y esa ruptura termina siendo uno de los puntos en donde el documental adquiere una dimensión aún mayor. Son 150 minutos de historia pero con el virtuosismo de no descuidar el ritmo narrativo y mantener al espectador atento a la recepción del texto fílmico. Si existía el prejuicio –inexacto- de que el documental aburría, y si es largo mucho más, La peli de Batato rompe con ese preconcepto. Resulta interesante la cantidad de personajes que aparecen brindando testimonio sobre Batato y su época, algunos hoy convertidos en estrellas mediáticas. Así desfilan Antonio Gasalla, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese, Verónica Llinás, Carlos Belloso, María José Gabín, Alejandra Flechner, entre otros, hablando de lo bueno y lo malo, de semejanzas y diferencias, de egos y divismos, de quiebres estéticos y clasicismo, de olvidos y reconocimientos, de una época pasada que los marcó y de un futuro que los consagró. El esfuerzo para conseguir a cada una de las “figuritas difíciles de la farándula vernácula” es un mérito de especial reconocimiento. La peli de Batato es un viaje por la vida de quien fuera un referente para la movida cultural de los años 80. Pero también un recorrido por un período histórico del que casi no hay material de archivo y que Goyo Anchou y Peter Pank se encargan de retratar de manera concisa. Una película de visión imprescindible para entender el “movimiento parakutural” y conocer en profundidad a quien marcó la época dorada del under argentino.
Por Siempre Batato "La peli de Batato" de excelente recorrido estético, recrea un mundo sólo posible entendiendo las coordenadas de los 80' post dictadura en la Argentina. Que Salvador Walter Barea, alias Batato Barea, fue un sujeto singular como la década en la que nació (vio la luz en 1961) es sólo una noticia para las nuevas generaciones. Su temprana desaparición en 1991, privó de su arte a muchos que deberían revisar su concepto de transgresión. Explicar aquí la naturaleza de los happenings que se armaban en el Parakutural, en performances donde Batato, acompañado de Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta y otros, desandaban los textos de Alejandra Pizarnik, Néstor Perlongher, Alfonsina Storni (en su segunda etapa) o Fernando Noy, quién acuño para su libro lo que ya es un clásico: “Te lo juro por Batato”, excede los márgenes de una crítica que sólo intenta lograr que se aproveche bien el tiempo que dure la proyección de La peli de Batato, que se lleva a cabo sólo en el Malba los viernes a las 22.00. El film de Gogo Anchou y Peter Punk, con guión de Santiago Van Dam, puede engañar al querer ser encapsulado en el género documental, porque si bien ofrece el derrotero de una vida en el arte y reúne dentro de sí testimonios, también acude a momentos artísticos de gran plasticidad que muestran no sólo quién era Batato Barea sino además, quiénes, sus compañeros de ruta. Suele decirse que a períodos de gran represión se suceden períodos de libertad, destape o renacimiento artístico. Y Barea transito todos esos nuevos cánones que incluso inventó para que el arte encontrara un camino nuevo en una explosión de esteticismo puro, instalando una noción de underground indubitable pero recalando también en otros segmentos no tan Off. Si el espectador repara en los 150’ que dura la película no debe temerle a la extensión ya que estas dos horas y media se poblarán de testimonios, que parten de una fuente cedida al propio Gogo Anchou por Barea antes de partir, que era ya una suerte de germen de lo que se verá. Y Batato estará en imágenes que se funden con voces que hacen lo propio y la pantalla ofrece dos miradas posibles y capturan ese mundo y esos recuerdos y reflexiones de compañeros de ruta que como Las gambas al ajillo (Alejandra Flechner, Verónica Llinás y María José Gabin) o Antonio Gasalla, y el mismo Carlos Belloso, que luego viraron sus carreras hacia la cosa más masiva y por eso son nombres que les suenan a todos. Buen fundido de imágenes, buena elección musical y por sobre todo buenas disquisiciones sobre el arte, el ego del artista, las rupturas y las discontinuidades estéticas, hacen del film una mezcla de documento de una época esperanzada y a la vez un itinerario más o menos sinuoso de lo que ocurrió cuando en Cemento o en el Parakultural, la vida era otra cosa, Te lo juro por Batato.
La Argentina de los ’80 —la del regreso de la Democracia luego de años de dictadura, miedo y dolor—, supo tener una vibrante movida cultural en el sector más underground. De allí surgieron actores, músicos, artistas que rompieron reglas, dejaron su marca en la cultura popular y aún hoy siguen vigentes. En ese colorido clima de audacia, creatividad, anticonvencionalismo e inspiración, nadie se destacó tanto como Batato Barea. Clown. Travesti. Performer. Literato. Actor. Batato era todo eso y mucho más. Un ser con una necesidad constante de expresarse. Un talento que, por su temprana muerte a los 30 años, a causa del Sida, rápidamente se convirtió en mito. Si bien escribieron tres libros al respecto, estaba faltando el registro audiovisual que transmitiera la esencia de su figura y de su arte. Y La Peli de Batato lo logra. Este detallado y ambicioso documental se remonta a su infancia en Junín (cuando todavía era Salvador Walter Barea), la difícil infancia y adolescencia, la relación con los padres, el suicidio de un hermano... para luego ocuparse del comienzo de sus inclinaciones artísticas, su participación en los grupos Los Peinados Yoli y el El Clú del Claun, sus legendarios trabajos al lado de Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta, sus escasas apariciones televisivas... su vida privada, su fascinación por el travestismo, su anhelos, su modo de pensar... Los directores Peter Pank y Goyo Anchou se valen de diferentes recursos, principalmente de entrevistas. Tenemos testimonios de familiares, vecinos, amigos de la infancia, formadores, amigos de la edad más adulta. Sin dudas, las anécdotas más coloridas y más profundas provienen de las amistades y colegas del under: los mencionados Tortonese y Urdapilleta, Divina Gloria, Tino Tinto, Ronnie Arias, Karina K, Verónica Llinás, Carlos Belloso... Pero hay material todavía más jugoso: grabaciones inéditas de Batato en los escenarios y en su vida íntima (fellatio y operación de siliconas incluidos), más entrevista realizada por Peter Pank, quien estaba filmando un documental sobre él cuando murió; dicho documental supo convertirse en el mediometraje Batato/14 Pavos Reales. En paralelo, La Peli de Batato retrata el auge y la caída de la movida contracultural argentina de los ’80 y principios de los ’90, que tuvo lugar fundamentalmente en el Centro Parakultural —por donde desfilaron grupos de teatro como Las Gambas al Ajillo y Los Melli, además de bandas de rock que recién comenzaban: Sumo, Los Violadores, Virus y hasta Los Redonditos de Ricota— y en el Centro Cultural Rojas, cuya sala principal lleva el nombre de Batato. Para reforzar la temática contracultural de la obra, los directores le dieron una estética diferente a la de los típicos documentales: pantalla múltiple, generando un efecto de collage; entrevistas a cargo de Peter Pank, casi sin editar, en climas distendidos, a veces fumando cosas extrañas con los entrevistados; diálogos que se funden. Una estética arriesgada por parte de los realizadores, que por momentos puede confundir al espectador poco preparado. Se le puede criticar la excesiva duración. Aunque había muchísimo material para mostrar, podría haberse hecho un trabajo más corto e igualmente muy bueno. De todas maneras, La Peli de Batato es el documental definitivo sobre Batato Barea. Una película indispensable para conocer y comprender a un artista como no hubo otro igual.
Texto disponible sólo en la edición papel del día 10/06/2011.
La Reina Batato Ya desde el trailer de "La peli de Batato" se abren ciertas preguntas como "Es un travesti?" "Es un clown?" "Es un actor?" "Es un poeta?". Por suerte, los directores Peter Pank y Goyo Anchou no solamente NO se proponen dan una respuesta definida para todas estas cuestiones sino que además abren otros aspectos que se vuelven a abrir sobre si mismos, en un efecto multiplicador que pone el centro de la mirada en Salvador Walter Barea, alias Batato, innegable ícono de un intenso movimiento cultural en la década del '80 -posterior a la Dictadura, pleno inicio de la democracia-, momento en que diversas corrientes artísticas fueron marcando rumbo para las generaciones posteriores. Nacido en el año 1961 en la ciudad de Junín, Batato decide dejar atrás un doloroso tema en el vínculo con su hermano, y comienza en Buenos Aires una increible transformación, una mutación que dió origen al mito, al artista, a quien fue inscribiendo con su propio cuerpo un lugar indiscutido en el under porteño que explotó intensamente a fines de los '80 y principios de los '90. Si bien en algún momento él mismo se definió como "clown-travesti-literario" la mirada que le otorga este documental sobrepasa la frontera de cualquier encasillamiento, cualquier etiqueta que se le quiera poner. Desde "Los Peinados Yoli", su paso por "El Clú del Claun" -del que el documental rescata filmaciones de una delirante versión de "La dama de las camelias"- hasta sus unipersonales y performances en el Parakultural y Cemento y revisitando su "sociedad artística" con otros dos iconos del under de aquel momento Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese, los fragmentos atesorados, rescatados y puestos en valor por los directores, se entremezclan con entrevistas a los protagonistas de la movida de aquel momento, familiares, amigos, compañeros de ruta, compañeros de trabajo, colegas... un enorme collage que permite definirlo de una y de muchas maneras a la vez, dejando el terreno libre para que Batato se despliegue tanto en el recuerdo de los que lo conocieron bien como para gernerar una sorpresa para aquellos que parcial o totalmente ignoraban su intensa obra. Capaz de vibrar con la misma intensidad con poemas de Fernando Noy o Alejandra Pizarnik, o con textos más innovadores, volcado tanto a la técnica y al estudio del clown como lanzado a la más arriesgada improvisación, mezlcando poesía, danza, teatro, tal como él lo menciona, todos estos aspectos se abren al espectador con el deslumbramiento que producirían un grupo de pavos reales paseándose con sus colas abiertas y coloridas. No solamente los directores intentan recorrer su trayectoria artística sino que además se nutren de anécdotas de su vida personal, tan intensa e interesante como la otra, con relatos de la mano de Ronnie Arias, Tino Tinto, Fernando Noy, Divina Gloria más la propia visión del mundo que Batato hace latir en una conversación/entrevista con uno de los directores. Peter Pank toma las riendas de seguir sus huellas, salir a la búsqueda de los recuerdos, hilvana las anédotas y las combina con filmaciones de actuaciones en vivo que confirman seguir teniendo una potencia y una vigencia única: les sigue sobrevolando ese halo de genialidad, de arte al borde del abismo, de transgresión, de entrega. Y es justamente esa falta de rótulos, ese no encasillamiento lo que hace que aparezcan distintas capas y que durante las dos horas y media que dura el film -de todos modos, evitando algunas reiteraciones, la duración podría hacer sido algo menor- el interés no decaiga en ningún momento ni se pierda el eje central del documental. "La peli de Batato" es un testimonio, un retrato esencial de una década de una explosión artística completamente innovadora en donde Batato fue un exponente fundamental y necesario, cuyo perfume se sigue sintiendo aún hoy... hoy como siempre.
EL MÍSTICO DE LA TRANSGRESIÓN Una de las grandes películas argentinas del año y uno de los personajes más hermoso de los últimos años. Después de un plano general de un departamento, en donde vive Peter Punk, uno de los directores del filme, vemos unos primerísimos planos de unos muñequitos de superhéroes, un cuadro, una bolsa de maquillajes y al propio realizador delineándose los ojos. Luego, dos testimonios: a Alejandro Urdapilleta hablando de un querido compañero de trabajo y a Humberto Tortonese explicando la fascinación del público por la transgresión. Es una introducción precisa: Walter Batato Barea, clown, travesti, literato, fue un héroe para Punk y un personaje central del underground porteño, tras la recuperación democrática a mediados de la década del ’80. Personaje irrepetible, sujeto de una época discretamente luminosa, no hay psicología que lo explique, ni sociología que descifre sus decisiones y acciones. Batato Barea fue demasiado evanescente y singular para definirlo. De ahí se comprende el método elegido por Punk y Goyo Anchou: multiplicar las voces de la memoria de sus testigos y componer una descripción polifónica para capturar una existencia interrumpida en 1991 por esa enfermedad (rosa) de la que ya casi no se escucha. Hablarán sus amigos, sus defensores y admiradores, sus secretos enemigos, sus padres: Divina Gloria, Gasalla, Ronnie Arias, Cristina Moreira, Katja Alemann, Carlos Belloso, Verónica Llinás, Tino Tinto, Hebe de Bonafini darán su versión de Batato. Alguien dirá: “Un ser casi místico”. Por un trabajo de tesis, Punk registró al propio Batato tanto en su vida privada como en sus performances y presentaciones. Ese material invalorable se entrecruza con entrevistas actuales. Después de 20 años, las cosas han cambiado: la transgresión es parte del sistema, casi un imperativo. Pero Batato pertenecía a otra liga, y el filme lo demostrará: su vida artística rivalizaba con la banalidad del espectáculo. “Priorizó su manera de ser”, dice Gasalla. Anchou y Punk no fuerzan el contraste entre un tiempo y otro; se limitan a yuxtaponer los registros, incluso los fundidos recurrentes, que definen en gran medida la puesta en escena, permiten visualizar (y oír) la transformación en el tiempo de quienes hoy reconstruyen una época. Los discursos, por momentos, desbordan las intenciones de quienes los enuncian y, si bien los realizadores lejos están de buscar rencillas, un fondo conflictivo asoma cada tanto. Batato, como su amada Pizarnik, u otras criaturas incompatibles con la pestilencia del conformismo, como Caicedo y Perlongher (que también tienen sus películas: Noche sin fortuna y Rosa Patria, respectivamente), hacían una experiencia de la transgresión que poco tiene que ver con el escándalo y la provocación adolescente de burlar los límites. Batato buscaba lo ilimitado, esa imprecisa zona donde las palabras y las cosas no coinciden del todo, un territorio en el que ninguna lengua señorea todavía. La transgresión de Batato era de la estirpe de quienes, hundidos en la contingencia de los signos, inventan algo que se piensa más allá del límite. Transgredir sin mirar la ley como horizonte; transgredir como éxtasis, salto, creación. Ver a Batato recitando con un sombrero en un escenario es ver una existencia caída de otro mundo, una expresión artística que carece de escuela y tradición. Como su hermano Ariel, que murió muy joven, Batato irá contra la naturaleza. No se matará, a pesar de que el suicidio jamás le resultó un tema ajeno, pero sí morirá antes de tiempo. Días antes de morir, sabiendo que la vida lo abandonaba, escribió: “Mi cuerpo es la herencia que me llevo con la muerte”. A nosotros nos quedan estas imágenes. El fantasma material de Batato ríe, baila, habla. La inmortalidad discreta que el cine nos ofrece nos permite verlo de cuerpo entero, incluso hasta podemos ver sus tetas.
Ansias de libertad El cuerpo humano y su identidad sexual ha sido uno de los temas cinematográficos del año. Morir como un hombre, la excepcional película del portugués Joao Pedro Rodrigues, fue la que mejor exploró los dilemas de toda persona en relación a su propia materia, o cómo la identidad sexual define un modo de estar en el mundo: la vida de Tonya, la travesti protagonista del filme, constituye el más grande alegato que se pueda imaginar a favor de la libertad individual y el derecho de toda persona a vivir en lo diverso. Humano, libre y feliz, Morir como un hombre ya puede encontrarse en las bateas de los videoclubes, y su recuerdo viene a cuento por otras dos películas de la cartelera actual: La piel que habito, último opus de Pedro Almodóvar, y La peli de Batato, estreno nacional de Peter Pank y Goyo Anchou (que se proyectó en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, por lo que ahora está fuera de cartelera, aunque se repondrá en los Espacios INCAA). Como en la última filmografía del director manchego, La piel que habito es una película formalmente impecable, casi perfecta, pero que al mismo tiempo ostenta una rara frialdad: el modo de relación con sus personajes ha dejado de ser la pasión y el cariño, y la precisión de la puesta en escena amenaza con ahogar todo atisbo de libertad. El Almodóvar moderno se parece a su nuevo protagonista, un reconocido (y desquiciado) científico que ha perdido todo límite moral en su trabajo, al punto de naturalizar la más tenebrosa perversión. La piel que habito es así una de las películas más oscuras (y perversas) de Almodóvar, donde el director consigue radicalizar sus obsesiones y fantasías, aunque la pasión vuelve a estar en cuentagotas. Antonio Banderas compone (con corrección) a ese Frankenstein demencial, herido por un pasado ominoso: el doctor Robert Ledgard, cirujano de profesión, que al comienzo de la película anuncia un descubrimiento notable, la invención de una piel artificial más resistente que la orgánica. Claro que su cobayo es un ser humano, más precisamente Vera (la bellísima Elena Anaya), a quien mantiene secretamente encerrada en una fastuosa mansión en Toledo, y a la que ha sometido a diversos experimentos para modificar su cuerpo y darle la piel más hermosa del mundo. En algún momento, el filme retrocederá en el tiempo para mostrar el pasado de cada quien y entonces se revelará una trama de amor obsesivo, engaño, locura y un plan de venganza ejecutado por el propio Ledgard. A medio camino entre el melodrama, el thriller pasional y el filme de terror, La piel que habito es una obra desmedida pese a su contención: una pieza capaz de mostrar al Almodóvar más virtuoso y al más oscuro y problemático al mismo tiempo; un demiurgo obsesionado con sus propias fantasías y con la pulcritud de sus formas, pero que se desentiende de lo que pone en escena, o que al menos no es capaz de contextualizar ni problematizar los fenómenos que representa. Todo lo contrario ocurre en La peli de Batato, que aborda con inusual calidez y humanidad la vida y obra de Walter Batato Barea, figura emblemática de la primavera democrática de los años ’80 en Argentina, héroe fundacional de la contracultura y el underground porteño, arrojado con los años a un insólito olvido. Clown, poeta, travesti, performer y sobre todo libertario, Batato Barea es incluso hoy un mito inclasificable, un ser en eterna expansión que hizo del arte un modo de existencia: Peter Pank (amigo y seguidor de Batato) y Goyo Anchou salen a buscar esa figura evanescente y la encuentran en un relato múltiple que se construye a través de la memoria íntima de ellos mismos, de archivos documentales y de múltiples testimonios que intentan dilucidar a Batato. Que nadie, ni la propia película, lo consigan del todo revela la dimensión desmedida del personaje, su cualidad absolutamente peculiar e irrepetible. Así como también la honestidad de la propuesta, que no busca agotar su objeto: al contrario, lo que buscan y consiguen Punk y compañía es relacionar a Batato con su tiempo histórico -al que acaso supo descifrar (y representar) como ningún otro-, y con el presente que vivimos, poniéndolos en diálogo sin forzar lecturas predeterminadas. El resultado es un filme que no sólo reivindica la herencia cultural de Batato, sino que se constituye en un desafío para nuestros contemporáneos (¿cómo entender el arte luego de ver a Batato Barea?). Un filme capaz (como aquel de Joao Pedro Rodrigues) de contagiar esas ansias de libertad que acaso constituyan la naturaleza más profunda de la especie humana. Por Martín Iparraguirre