"La Piedad" (2022), el segundo largometraje del español Eduardo Casanova, es una película inclasificable. Si en "Pieles" (2017), su ópera prima presentada en la Berlinale, impuso un estilo personal de excesos estéticos y narrativos, en "La Piedad", que se estrenó en Karlovy Vary, va mucho más allá de lo que uno podría esperar para una obra que cruza melodrama kitsch, política y fantasía.
La trama se centra en Mateo, interpretado por Manel Llunell, quien vive en un mundo virado al rosa y es "cuidado" por su madre, Libertad, interpretada por Ángela Molina. A pesar de su nombre, la libertad es algo de lo que Mateo no tiene Es un veinteañero sometido a una niñez eterna, al que su madre baña, corta las uñas y alimenta, por citar solo algunos ejemplos. Cuando reciben la noticia de que Mateo tiene cáncer, Libertad intenta mantenerlo a su lado con mayor ahínco, mientras él hace todo lo posible para cortar el cordón umbilical que lo mantiene unido. Pero, ¿podrá?
Por otra parte, La Piedad también presenta una trama secundaria sobre una pareja de Corea del Norte que huye a Corea del Sur cuando las autoridades envenenan a una de sus hijas y ejecutan a la otra. Es una metáfora bastante obvia que iguala el miedo y la devoción dictatorial, en este caso por el líder Kim Jong-il en Corea del Norte, con la propia dependencia y adicción que genera la maternidad tóxica.
La Piedad, que comienza como un estilizado melodrama futurista con una tensión que aumenta en forma paulatina, resulta una obra inclasificable y anárquica, aunque todo lo que aparece (y como aparece) en escena está puesto con una intencionalidad calculada hasta el más mínimo detalle. La estética angustiante y el minimalismo extremo que propone se apoya en una paleta de grises y rosas que son contrastados con una iluminación límpida, clara y sin sombras dramáticas cómo símbolo opuesto de la libertad y el cautiverio.
Casanova demuestra no solo una visión singular y arriesgada para abordar ciertas cuestiones de la vida humana, sino también una capacidad sensorial para crear atmósferas opresivas a través de una puesta en escena rupturista con una estética pop. El resultado es una obra inclasificable que va más allá de lo que uno podría esperar, ya sea para bien o para mal.