La palabra controversia reluce desde una carrera incipiente y prometedora. ¿Ha nacido uno de los grandes directores contemporáneos? Un cineasta difícil de ignorar nos induce a pensar que el arte ha servido como instrumento para provocar a lo largo de la historia. Para fans incondicionales y detractores, imposible resulta quedarse indiferente ante el nuevo estreno de Eduardo Casanova. Su segundo largometraje visibiliza una historia de relación toxica entre madre e hijo. La sucesión de acontecimientos nos conduce hacia una espiral de destrucción que exhibe su costado de reflexión social, en probable analogía a la dictadura que sufre Corea del Norte. La sensacional Ángela Molina agrega otro mayúsculo rol a su ilustre trayectoria, mientras “La Piedad”, inquietante concepción de lo horroroso, se erige como gran film, merced a unas características notables. Operístico desarrollo narrativo, estética pesadillesca, abundancia de lo bizarro y marcado gusto por lo camp. Un omnipresente sentido del humor es un elemento no menor, dentro de una obra que saca partido de su enrevesado punto de vista, del aspecto metafórico quey yace en paralelo y de una elección de colores que responden a estados de ánimo bien concretos. Firmas de estilo personalísimo en manos del director de “Pieles”; huella identitaria reconocible a tempranas alturas, para una filmografía que promete sorprender en años venideros. Ningún fotograma está puesto por casualidad a lo largo del metraje; el autor es un esteta que controla su material al exceso el material que pacientemente moldea. Fanático el irreverente John Waters, así como de la etapa más kitsch de Almodóvar, tales influencias conviven bajo la presente extraña y teatralizada disrupción. Meritorio resulta el valor de arriesgarse, casi una señal de identidad propia para el realizador madrileño.