Cine como en el teatro
El director de El cuchillo bajo el agua, El bebé de Rosemary y El pianista trabajó con Mathieu Amalric y Emmanuelle Seigner para la adaptación de otra popular obra al cine.
Luego de su versión de Un dios salvaje, de Yasmina Reza, Roman Polanski adaptó en La piel de Venus otra obra teatral. En este caso, trabajó sobre una de David Ives que a su vez estaba inspirada en la novela de Leopold von Sacher-Masoch de fines del siglo XIX. Su esposa Emmanuelle Seigner y Mathieu Amalric son los dos únicos protagonistas de este film que transcurre íntegramente (salvo la escena de apertura) dentro de una sala de teatro. En un día de tormenta que deja a las calles de París casi vacías, Vanda (Seigner) llega empapada y muy tarde a las audiciones de casting que Thomas (Amalric), responsable de la puesta y de la adaptación de la obra, ya terminó de realizar. Vanda parece una mujer torpe, elemental, con un vocabulario y un look vulgares, y Thomas la recibe con bastante malhumor y desprecio, como si quisiera “sacársela de encima”. Pero ella insiste y logra convencerlo de que lea la obra con ella. Poco a poco, irá demostrándole que no sólo es la intérprete indicada para el papel sino que es una mujer mucho más preparada de lo que parecía.
El film arranca con mucho humor y ligereza, pero con el correr del relato el tono se vuelve cada vez más oscuro, ya que los lugares de poder en esa relación director-actriz se van invirtiendo hasta llegar a un desenlace bastante perturbador. Hay tantos cambios que en vez de dos personajes parecen cuatro (auténtica inversión de roles) y ese parece ser uno de los principales desafíos y búsquedas del relato.
La piel de Venus es un tour-de-force para los dos intérpretes (impecables) y para un Polanski que es lo suficientemente inteligente como para mover la cámara y quebrar así un poco el estatismo y esa densidad casi inevitable del teatro filmado. Así, más allá de sus limitaciones, la película fluye y convence. Es teatro, sí, pero también es cine.