Dominación y seducción
La piel de Venus (La Vénus a la fourrure, 2013) muestra el encuentro entre una actriz y un director teatral que dirigirá la transposición de una novela de Leopold von Sacher-Masoch. Roman Polanski no se aparta del material original, una obra de teatro de David Ives, pero le agrega su talento por el encuadre y la generación de climas.
Thomas (Mathieu Amalric) no ha tenido un buen día. Solo, en medio de un teatro parisino, atiende telefónicamente a su esposa, quien lo espera para cenar. Ha pasado horas enteras haciendo un casting para encontrar a la protagonista de su nueva obra, basada en la novela de von Sacer-Masoch, escritor conocido por haber “prestado” su apellido para acuñar el término “masoquismo”. Súbitamente y sin previo aviso, llega la bella y sensual Vanda (Emmanuelle Seigner), afectada por la tormenta que parece aislar aún más a Thomas del mundo exterior. Tosca, extrovertida, desbordante; tales son las características de su personalidad que, en tamaña circunstancia, produce un mayor hastío en Thomas, al que le gana por cansancio y finalmente accede a hacerle una prueba. Sucede que Vanda, para su sorpresa, hace una interpretación más que digna. A partir de ese momento se sucederán una serie de diálogos que –ensayos mediante- traerán algunas revelaciones.
La serie de perversiones (las del texto, y las que retrata la historia que lo sustenta) son casi una analogía de la propia película, a la que la figura del vampiro le cuadra de maravillas. Novela devenida obra de teatro, finalmente llevada al cine, en donde se deconstruye la lectura de la obra sobre la novela, lo que La piel de Venus propone es una serie de comentarios sobre la naturaleza del amor y la dominación. Y mucho de eso hay en este juego que se produce entre Vanda y Thomas, motor que pone en funcionamiento un arsenal de reflexiones sobre el acto creativo y las diversas figuras del amor. Polanski (quien ya venía de transponer la obra de Yasmine Reza Un Dios Salvaje) se concentra en el “decir”, en las distintas posturas que genera el texto original en los dos protagonistas, quienes defenderán su punto de vista hasta el final. El realizador de El bebé de Rosemary (Rosemary Baby, 1968) encuadra y corta de forma milimétricamente calculada, produce así un aura de suspenso y realza la interpretación de los actores, que brillan en sus respectivos roles.
Como dato curioso, La piel de Venus, en su versión teatral, se puede ver en la actual cartelera porteña, con las interpretaciones de Juan Minujín y Carla Peterson. Dos actores más jóvenes que los de la película. En la elección de Polanski de elegir a su propia mujer para el rol de Vanda, y “lookear” a Amalric como si fuera él mismo, hay otra aproximación al vínculo entre el arte y la vida; los actores como musas y el director, omnipresente, como un dios que domina pero, a la vez, y amor mediante, es dominado.