Lucha de sexos en un espacio teatral
Relaciones de poder entre hombres y mujeres, desdoblamiento de personajes, encarnaciones y suplantaciones entre un amo y un esclavo.
En los últimos años de su labor como director Roman Polanski confía en la combinación del lenguaje cinematográfico con el teatral dejando resultados poco interesantes dentro de su obra, especialmente, si se la compara con los títulos de los años '60 y '70. La experiencia empezó con La muerte y la doncella, adaptación del texto de Ariel Dorfman y el recuerdo de la relación de una prisionera torturada y su torturador durante la dictadura de Pinochet, para continuar con la débil traslación de Un dios salvaje, sobre Yasmina Reza, donde se contaban las alteraciones de dos matrimonios y padres con un conflicto particular de sus hijos. Aquel viejo axioma que refiere al "teatro filmado" como representación de una puesta en escena que le debe más a la "caja cerrada" que al lenguaje del cine, retorna en la transposición de la obra teatral de David Ives que, al mismo tiempo, invoca a la novela de Leopold con Sacher-Masoch, escrita en el siglo XIX. Un pasaje ideal para Polanski como director: del apellido Masoch proviene el término "masoquismo" Clinc, caja para Roman.
Al creador de Repulsión siempre le interesaron las relaciones de poder entre hombres y mujeres, el desdoblamiento de personajes, las encarnaciones y suplantaciones entre un amo y un esclavo. Pues bien, el director de teatro Thomas Novacheck (Amalric) busca a la intérprete de su nueva obra sin suerte alguna hasta que en una noche de rayos y relámpagos concurre a la audición la vulgar Vanda (Seigner, esposa del cineasta); desde allí, por lo tanto, se establecerá una lucha de poder (sexual, moral, profesional) que hará trizas cualquier señal de arrepentimiento y redención. Las máscaras se irán cayendo de a poco y el maquillaje invadirá un rostro extraño y atribulado, en tanto, aquel sujeto dominado por el otro pasará a transgredir cualquier reglamento. En esa batalla dialéctica, que pasa de la comedia al drama y del absurdo al realismo con contemplaciones, en esos cuerpos invadidos por las dudas y los interrogantes (sexuales, morales y profesionales, otra vez), Polanski se siente a sus anchas para contar una historia de perversiones a flor de piel y de espacios que se reconvierten de acuerdo al devenir del ensayo sobre la obra a la que "juegan" recrear sus únicos dos protagonistas. Por encima de sus intromisiones anteriores en el mundo del teatro pero varios escalones debajo de sus títulos más relevantes, La piel de Venus tiene a un perfecto dueto actoral que funciona como un reloj suizo, con química feroz y rabiosamente verosímil. En ese sentido, sería imposible imaginar la película sin los cuerpos y las máscaras de Mathieu Amalric y Emmanuelle Seigner. <