Cruza sorprendente del cine de los Dardenne en clave optimista y el universo de Fellini, La pivellina es, con su poética y su sencillez, un film indispensable.
¿Qué ocurriría si los hermanos Dardenne se despertaran un día, sintiendo que en esos momentos vitales que suelen rescatar, la felicidad simple y pura es posible? Filmarían La pivellina.
Cruza sorprendente del cine de los realizadores belgas, y lo más bello del mundo de Gelsomina – personaje de La strada -, esta película de Tizza Covi y Rainer Frimmel cuenta la historia de la relación entre Patti, Asia, Tairo y Walter.
Patti, una mujer deteriorada, teñida de un rojo furioso, encuentra abandonada en la plaza a la pequeña Asia, una hermosa beba de aproximadamente dos años. En su campera guarda una nota de su madre, en la que dice que volverá a buscarla. Por esto, y por lo que produce en su vida, Patti decide no llevar a la niña a la policía y mantenerla en su casa. Esta vivienda es una casa rodante, pequeña, instalada en un terreno donde otros viven en containers, trailers e instalaciones similares y precarias. Entre sus vecinos se encuentra el adolescente Tairo, de catorce años, apenas acompañado por su abuela, también instalada en ese terreno, en los márgenes de Roma. Patti y su esposo Walter son gente de circo, no tienen hijos, y carecen de la estabilidad económica necesaria para mantener a la pequeña Asia.
Con la llegada de la niña, ese grupo rápidamente se reconstituye para establecer una relación familiar cálida, asumiendo roles que parecen haber olvidado o perdido entre las propias contingencias de la vida. Para Patti, Tario y Walter lo cotidiano se transforma. Como si lo esperaran, como si lo hubieran deseado desde siempre, cada uno de ellos asume un lugar y un rol que los devuelve a la estabilidad afectiva y personal, a la obligación de cuidado y protección. El joven Tario, quien tuvo una niñez abandonada, que se arregla solo con su corta vida, recupera su propia edad, asume el lugar del hermano mayor, en la dialéctica de adulto y niño, jugando y cuidando a la pequeña Asia. Esta aparición del niño perdido, que estaba vedado por una vida complicada, es central para comprender la profundidad de esta película.
Lo que ocurre en La pivellina es lo cotidiano. Filmada con cámara en mano, cercana, muy cercana a los personajes. Dispuesta la escena en los márgenes de la ciudad, que se pierde, que carece de identidad, pero sin embargo expulsa (no solo a los protagonistas, sino también a la mamá ausente), la trama encuentra a los que luchan la diaria, pero en esos mismos términos, los impulsa a la felicidad. Es en esta dialéctica, donde la película se hace sabia.
Bellísima, divertida, con momentos de un altísimo nivel poético, La pivellina es una película sencilla y que, con esa misma simpleza de lo real, es indispensable ver.