Corren los años 70. Un joven con cara de De Niro mira la tele. Luego de acostar a la hija de ambos, su esposa le anuncia que deja el hogar. Se escucha el zumbido de una abeja. Por un par de segundos, él no se inmuta y sigue concentrado en el juego de béisbol. Acto seguido sale disparado hacia la escalera. Una vez en la habitación, agarra a la nena dormida y amenaza con tirarla al vacío. La mujer retrocede en su decisión y accede a quedarse mientras cierra la ventana con prisa, aplastando de esta manera al insecto, cuya presencia pasó desapercibida.
Así comienza La revelación. En los papeles tenía todo para ser, cuando menos, un éxito comercial. Pero no. No le fue bien con el público ni con la crítica. Allí está el actor scorsesiano por excelencia con su personaje duro de siempre, el que nunca nos cansamos de ver. Allí está Edward Norton, esa eterna promesa que cada vez brilla menos. Ya se conocen: hace una década protagonizaron La cuenta final, una efectiva y predecible aventura heist dirigida por Frank Oz que además contaba con la última actuación de Marlon Brando. Lamentablemente, si de algo carece el film de John Curran (Adulterio, Al otro lado del mundo) es de efectividad.
Pasada la tremenda escena introductoria saltamos al presente. Jack Mabry (De Niro) se convirtió en un impasible oficial de libertad condicional. A su lado sigue la pobre Madylyn (Frances Conroy), demente luego de tantos años de aguantarlo. Un día Mabry se topa con un tal Stone (Norton), acusado de incinerar a sus abuelos. Ante la inflexible postura del entrevistador, gorila y santurrón como pocos, el reo hace que su novia, la irresistible Lucetta (Milla Jovovich) lo seduzca. Cuando aquel sucumbe ante la tentación los papeles se invierten, ya que ahora Stone encontró la senda de Dios en una de esas típicas religiones de folleto cuyos postulados acerca de la predestinación terminarán siendo los del relato mismo.
Así, La revelación abandona su fachada de thriller y se presenta como lo que realmente es: una fábula pretenciosa y berretona con tufillo a new age, algo que venía insinuándose en los interminables divagues místicos de Norton. Es necesario prescindir de la experiencia religiosa y el simbolismo torpe para poder apreciar el puñado de momentos en que la película acierta y se vuelve asfixiante, pesadillesca. Mucho tiene que ver con esto el personaje de Jovovich, una femme fatale trash cuyo erotismo venenoso constituye, en el clima de incertidumbre reinante, una amenaza de sangre, de fuego, de muerte, que siempre parece estar a punto de materializarse.
El final marca una evolución tardía pero segura con respecto a la situación inicial. En todo caso, el problema no es el qué sino el cómo. Curran podría haber dejado el asunto como estaba o resolverlo de otra manera. Si La revelación, cuyo título original es Stone, hubiera entregado menos motivos argumentales para esa traducción, indudablemente estaríamos hablando de una obra mucho más lograda.