Gianni y su cabeza llena de mujeres
Todo lo que asomaba en Un feriado particular se reconfirma en esta especie de continuación: el sesentón protagonista sigue lidiando con su absorbente madre, pero además debe encontrar el balance entre su pereza, las demandas de su hija y las donne que lo rodean.
Hasta el momento en que Nanni Moretti decidió hacer de sí mismo, en Caro diario, un alter ego ficcional llamado Michele Apicella protagonizó todas sus películas. Hace unos años a Apicella parece haberle salido, a la distancia, un primo sesentón llamado Gianni. Romano, como Michele, pero ocioso y desajustado antes que cabrón y levantisco, en Argentina a Gianni se lo conoció cuidando de una mamá nonagenaria y convirtiendo la atención de otras viejecitas en rebusque o modo de vida. Eso sucedía en Pranzo di ferragosto, que por aquí se llamó Un feriado particular y llegó a ser un par de años atrás, como en Italia y el resto del mundo, un pequeño succes d’estime. Ahora, casi como si se tratara de un avatar de sí mismo, Gianni aparece casado y con una hija adolescente, viviendo él mismo una segunda adolescencia, a partir del momento en que un amigo le recuerda que ahí afuera sigue habiendo mujeres. Deseables mujeres romanas. El título original va directo al punto: Gianni e le donne. El local prefiere pensar que las mujeres son La sal de la vida, título con el que el opus 2 de Gianni Di Gregorio se estrena en Argentina.
Casado o no, la mamma de Gianni (Valeria de Franciscis, luciendo siempre una peluca bastante barroca y bronceado como de Giordano) sigue sin aflojar un milímetro el lazo o cordón que los une. Su situación parece haber mejorado, daría toda la sensación de que a costa del hijo. Vive en una flor de casa con jardín, donde juega al poker con sus amigas, descorcha champán francés y engulle suculentas picaditas. Por más que tenga enfermera, donna Valeria se las ingenia para llamar a Gianni a cualquier hora, para que les sirva el aperitivo o solucione “un problema gravísimo”, que resulta ser que el televisor se desenchufó. Siempre sumiso a los dictados de la coriácea señora, Gianni no deja de preocuparse por su nivel de gastos (incluyendo los vestidos de autor que le obsequia a la enfermera) tanto como por el novio de la hija, que encuentra en la crisis y desocupación razones perfectas para justificar su escasa afección al trabajo.
Si de no trabajar se trata, sigue sin quedar muy claro a qué se dedicaba Gianni en su vida útil. “No me jubilé, me jubilaron”, argumenta cuando alguien le echa en cara su ociosidad de vinitos y piyama. Pero ahora Gianni ha empezado a mirar de otra manera a esa vecinita a la que le saca a pasear el perro, a la frutera de la feria, a las joggers con las que se cruza en la calle. Tan fiaca como Gianni parecería ser su tocayo, el que está detrás de cámara. Más que armar un relato, encadenando estrechamente unos hechos con otros, Di Gregorio hace como que deja que éstos ocurran, sin verse del todo obligado a ligarlos. Modo narrativo que, en su amable medio tono, el realizador y coguionista hace pasar por dejadez, cuando parece tratarse en verdad de un deliberado cultivo de la laxitud, la fuga y el fragmento.
Cine de la contemplación gentil, la deriva y la viñeta, La sal de la vida es la serie limitada de fotos (de planos) que Di Gregorio saca del puro presente de un señor que tal vez se le parezca, tal vez no. Gianni toma del pico de la botella de casa de mamá, Gianni saca a pasear el cuzquito propio y el San Bernardo de la vecina, Gianni espía –para ver si pesca cómo es que se hace– al vecino veterano que curte con la señora de la tabaquería, Gianni hace ejercicio en la terraza y se queda duro, Gianni empieza a reconocerse como extraño en tierra propia el día que la casa se le llena de amigos de la hija, Gianni se toma un ácido sin saber y se convierte en émulo de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. Esas viñetas tienden a dibujar un mapa, no por leve menos neto, del desfase, la incomodidad y el extrañamiento. ¿Gianni como Hulot romano?
“¿Se puede saber en dónde tenés la cabeza?”, lo encara el novio de la hija, sacado porque el tipo desapareció de casa una noche entera, como si los roles se hubieran invertido y fuera él el adolescente de la familia. Literalidad absoluta, la respuesta a esa pregunta son las imágenes que Gianni tiene en ese momento en la cabeza. Imágenes de donne, claro, como desde el propio título todo el mundo sabía. Donne a las que este tímido sesentón, temeroso tal vez de poner en peligro su comodidad, deja en su cabeza, como aquel señor López de puertitas puramente imaginarias.