Amable comedia sobre crisis de mediada edad
Como «La sal de la vida» se estrenó acá hace nueve años «Politiki Kouzina», azucarado relato de memorias infantiles, gastronómicas y sentimentales en tierra griega. Y también «La sal de la vida» le encajaron ahora a esta comedia nacida con un título que ni siquiera necesitaba traducción: «Gianni e le donne». Pero, bueno, sal tiene. Pimienta no usa, ni necesita.
La historia es simple. Gianni es un sesentón buenazo, paciente, servicial, que hace los mandados, amablemente soporta los antojos y despilfarros de la madre nonagenaria, la vida con esposa, hija y novio peor-es-nada de la hija, etc., etc., y todavía anda en un Fiat 124 sin pretensiones. Hasta que un amigo lo aviva, o quiere avivarlo, para que tenga aunque sea una aventura antes de que se le pase el cuarto de hora. La vida lo requiere. Y entonces nuestro héroe trata de ponerse en acción. El mundo está lleno de mujeres. Que por lo general se aprovechan de su nobleza.
No es una comedia picaresca. Más bien es una comedia amable, bonachona, a veces un tanto melancólica, sobre la belleza de la vieja Roma, la típica dejadez de los romanos, la crisis de la mediana edad, los errores de la inexperiencia y la estrategia, la imagen que cada uno brinda tratando de ser entendido, la necesidad de ternura por parte de ambos bandos, en fin, esos asuntos propios del corazón, de las artes de la seducción, y también de la resignación.
Autor, coguionista, protagonista, Gianni Di Gregorio, el mismo de la deliciosa comedia geriátrica «Un feriado particular» («Pranzo di agosto»), donde un buen tipo, de la noche a la mañana, se encuentra a cargo de cuatro viejecitas instaladas en su casa, cada una con sus mañas. Esa fue su primera película. Esta es la segunda, con más personajes, situaciones, locaciones, etc., pero similar presupuesto e igual tono de simpática bonhomía. Por supuesto, abarca más y entonces aprieta menos, se hace algo irregular y menos redondita, pero igual se disfruta. Vale la pena.