Pueblo chico, crímenes grandes
Es muy delgada la línea que divide a los elementos indispensables con los que debe contar una película para inscribirse dentro de un género -en este caso, el policial- del lugar común. Y a menudo queda en cada espectador establecer el límite. Aquí hay, por ejemplo, un pueblo chico con habitantes que saben más de lo que dicen sobre un oscuro suceso del pasado; una policía atormentada y obsesiva, acompañada por un ayudante campechano; una seguidilla de crímenes tan misteriosos como horribles; un jefe/intendente que presiona para cerrar el caso a como dé lugar.
Esos son algunos de los numerosos ingredientes con olor a cliché y a producto importado que pueblan La segunda muerte, y que sin embargo cumplen la función de darle carácter y establecer un clima apropiado. Que recuerda al de Wallander por lo escabroso de los asesinatos y el ambiente en el que se desarrolla todo. Y la protagonista: en un elenco de actuaciones desparejas, Agustina Lecouna logra darle credibilidad a esa policía forastera que se impone a sus propios fantasmas y al trato receloso de los pueblerinos para seguir adelante en la pesquisa.
Hay que admitir que la historia logra atrapar: es un whodunit con ribetes fantásticos y de terror en el que dan ganas de llegar al final, a ese momento en que la investigadora logra reunir todas las piezas del rompecabezas para tener la explicación -otra transitada marca del género- que aclare todo.
La intriga lucha cuerpo a cuerpo con unos cuantos diálogos forzados, una voz en off innecesaria y cambios de tonalidad de la imagen -del color al sepia y el blanco y negro- desconcertantes. Y finalmente logra imponerse a todos esos obstáculos narrativos, aunque la esperada resolución deja algunos cabos sueltos y no termina de estar a la altura de las expectativas creadas.