Variante de terror religioso
El género de terror y sus múltiples ramificaciones continúan su derrotero por el cine argentino de los últimos años. Ya no tanto en su gesto gore de film para amigos que tienen ganas de divertirse un rato con baldazos de sangre, sino en la captación de climas y situaciones que representan la matriz genérica en su mirada contemporánea.
En ese sentido, La segunda muerte acumula virtudes y defectos en su sistema narrativo, excedido por la música y el uso de la voz en off, que actúan de manera contraproducente para que la historia recaiga en ciertas repeticiones y esquemas ya fagocitados por el género tiempo atrás. Sin embargo, la destreza de la cámara de Fernández Calvete, el estupendo uso de la luz y un sonido quejoso y difuso, ideal para un film de terror, inclinan la balanza a favor.
La historia no sale del esqueleto argumental básico: unas muertes extrañas, un chico que alerta sobre el tema a través de sus poderes, la investigación a cargo de una mujer policía (Lecouna), la geografía de lugar que repara en la clásica frase "pueblo chico, infierno grande", las sospechas que se acumulan, las muertes que no tardan en reaparecer y, por si fuera poco, la Virgen María, exhibida acaso como personaje responsable de los cadáveres en estado de incineración.
En ese cruce de policial, terror y lectura religiosa, la película presenta al cura que interpreta Germán de Silva, tal vez un personaje que hubiera necesitado un mayor desarrollo debido a su misión divina. Pero los cruces dialécticos entre la razón y la ley (encarnadas por la mujer policía) y el hombre de la sotana, nivelan hacia arriba una historia, sino original, perfecta y funcional para los adictos al género.