La madre de todas las madres
Fe y razón son dos fuerzas antagónicas de fuste en cualquier historia que las ubica a la par. Ese equilibrio inestable se rige bajo su propia lógica interna y es precisamente en la distancia entre un elemento y otro por donde pasa el éxito o fracaso de un relato atravesado por las coordenadas de género, que aquí se respetan a rajatabla.
La ópera prima de Santiago Fernández Calvete (ver entrevista), La segunda muerte, se estrenó en el marco de la sección Nocturna del BAFICI 2012 y tuvo una acogida de público y crítica más que respetable sencillamente por méritos propios y más tratándose de cine argentino independiente que apuesta al género con el consabido riesgo de la empresa.
El policial de investigación sobrenatural se desarrolla sin tropiezos en la trama pero ese nivel narrativo habilita otras capas más profundas y que se conectan por ejemplo con esa dialéctica representada en una lucha de fuerzas en donde lo desconocido y en su faz más tangible el miedo a lo desconocido ocupan el corazón del texto.
Para ello desde el guión, autoría del hermano del director, se construyen dos personajes centrales: una policía escéptica y entregada a los métodos convencionales, Alba Aiello (Agustina Lecouna), quien llega a Pueblo chico -así se llama el lugar- para investigar un extraño caso, cuya particularidad es que las víctimas aparecen completamente incineradas por combustión interna.
A ese dato se suma la correspondencia de testimonios de testigos con elementos en común -que por razones obvias no revelaremos aquí- vinculadas con historias del pueblo y el pasado de cada habitante, que se interconectan con la galería de personajes secundarios, todos ellos poseedores de un secreto a develar en un círculo que ya parece cerrado en un pacto de silencio. El otro personaje que desvía el eje de la investigación y pone en crisis el pensamiento y proceder de la policía está representado por un niño (Tomás Carullo Lizzio) con el don de la clarividencia, explotado por su padre, cuya singularidad es la conexión con hechos del pasado y no con el futuro –retrocognición-, quien a lo largo de la trama entablará una relación particular con la protagonista.
No es conveniente avanzar en la historia, colmada de detalles, para ir armando un complejo rompecabezas, sin dejar de destacar que estamos en presencia de un relato prolijo pero cuyo fuerte es lo climático y las atmósferas perturbadoras, que con austeridad de recursos e inteligencia parecen claves desde la puesta en escena cuidada y meticulosa.
El trabajo de las capas sonoras de Sergio Korin para jugar con las dimensiones de primeros, segundos y hasta terceros planos auditivos fuera de campo se amalgama perfectamente con la trémula atmósfera pseudo gótica que atraviesa la investigación policial e introduce al espectador en un vibrante thriller religioso, con buenas actuaciones de Agustina Lecouna y especialmente de Tomás Carullo Lizzio, sin desentonar Guillermo Arengo y Germán de Silva, dos secundarios de peso, con una lectura audaz de ciertos símbolos pero siempre en beneficio de la historia que se desea contar, sin especulaciones o golpes efectistas a último momento.