La diferencia entre querer y ser
Santiago Fernández Calvete, realizador de La segunda muerte evidentemente tiene bien aprendidas unas cuantas lecciones referidas a las reglas genéricas del policial y el thriller religioso con toques de terror. Leyó todo el manual de instrucciones. El problema es que una cosa es la teoría, y otra la práctica. De ahí que su película, centrada en Alba Aiello (Agustina Lecouna), una joven policía que huyó de la Capital Federal para refugiarse en un pequeño pueblito, y a la que le toca investigar una serie de terribles crímenes en los que van muriendo uno a uno los miembros de una familia, nunca consiga generar los climas pertinentes.
La segunda muerte es una película que está tratando de remarcar todo el tiempo su lugar de pertenencia, su identidad. Pero se distrae tanto haciendo eso que en el medio se olvida de consolidar un verosímil. Es por eso que, ya en la primera escena del crimen, comienzan a surgir demasiadas preguntas referidas al necesario sostén de un realismo apropiado, entre ellas una bastante elemental: ¿cómo puede ser que, siendo que el cadáver ha sido quemado, todos se acerquen a él sin ningún tipo de barbijo o pañuelo, como si no despidiera ningún tipo de olor? Cuando surgen estos interrogantes, en una instancia inicial, estamos en problemas, porque significa que al espectador le va a ser difícil zambullirse en el universo planteado por el film.
Y si por un lado La segunda muerte no brinda la suficiente información requerida por el espectador para situarse adecuadamente en el relato, por otro redunda, explicitando toda la historia pasada de la protagonista y muchos elementos que ya están insertos en la imagen, a través de la voz en off de Lecouna. Es notorio que la película busca vincularse con el mundo literario para construir su historia, y eso no está necesariamente mal, pero en tanto sirva para enriquecer lo que está en el plano, no para decir todo dos veces de manera diferente. En consecuencia, los climas melancólicos e inquietantes que se quieren generar no llegan a consolidarse porque quedan ahogados por las palabras de Lecouna, quien hace lo que puede con el texto que tiene y no puede aportarle la presencia requerida a su rol.
A La segunda muerte se le pueden reconocer los riesgos que toma, en especial dentro del contexto del cine argentino: apostar al terror y al suspenso; situar su relato en un pequeño pueblo, alejándose del paisaje urbano; colocar a una mujer en el papel principal, que encima es policía. Pero lamentablemente se queda en eso, en las intenciones y ambiciones, y termina fallando en casi todo lo que se le podría pedir. Lo que queda es un borrador de lo que pudo ser.