De un tiempo a esta parte la cinematografía argentina se anima a avanzar sobre las zonas más oscuras del bosque genérico. El hecho de que La segunda muerte llegue a la cartelera justo antes del estreno de Betibú, la cinta basada en la novela de Claudia Piñeiro, es una prueba contundente de ello. En los campos del terror y el policial los cineastas argentinos han arrojado títulos cuya valoración oscila entre dos extremos: mientras algunos son fácilmente imputables, otros alcanzan estatus de beneméritos. La nueva película del director Santiago Fernández Calvete se clava justo en el medio.
Alba es una mujer policía que se refugia de su pasado en un pueblo fantasma. La aparición de un cadáver incinerado abre una investigación con pistas que provienen de diferentes ámbitos: la genealogía de la venganza, las excentricidades religiosas y las apariciones de origen fantástico. Desorientada, la oficial busca ayuda en El Mago, un niño de 11 años recién llegado al poblado, que tiene el descomunal poder de mirar una postal y desentrañar el historial criminal del fotografiado.
Manteniendo el suspenso hasta el final, el director hace avanzar la locomotora fílmica sobre dos rieles paralelos: la pesquisa policial y el terror sobrenatural. Y la máquina anda, sólo que a veces las vías se estrechan demasiado y algunas escenas pueden aparecer frente al espectador como chispazos innecesarios que delatan la intención de amarrar, cueste lo que cueste, la exagerada cantidad de cabos diseminados por el relato.
Los crímenes que se multiplican detrás del apellido Ocampo, giran en torno a un mandato lanzado por una fantasmal presencia del pasado: "No tendrás un hijo varón". La fotografía contribuye a sostener el enigma imprimiendo un tinte extraño a toda la cinta. Pero el abuso de variaciones (hay cepia, blanco y negro y planos donde sobreviven algunos colores debilitados) hace que la estética enrarecida acabe asesinándose a sí misma.
Lo que le da verdadera unidad y solidez a la trama es la actuación de Agustina Lecouna, cuya atormentada agente de policía debe dejar de lado sus certezas para seguir la lógica de una excepcional virgen de riña. Por la corrección de las interpretaciones y la atmósfera suspensiva La segunda muerte no es una película de esas para abandonar a la mitad, pero desemboca en una salida de emergencia bastante conocida: cuando la cosa se complica, aparece una presencia demoníaca o divina, llamada a esclarecer la serie maldita.