Palavecino y un film sobre la crisis de una pareja, un ex amor y una muerte
En los pueblos de provincia siempre hay quienes se encuentran frente a situaciones que les impiden lograr la felicidad soñada. Este es el caso de Laura, una pianista que añora las grandes salas en las que podría demostrar sus dotes artísticas y que ahora sólo se obsesiona con dar clases de música a Sol, una joven discípula en la que tiene cifradas esperanzas. Por su parte Juan, su marido, es un veterinario que recorre los caminos de la zona con un vehículo casi destartalado. Ambos están transitando una época de crisis ya que Laura espera un hijo, aunque desea no tenerlo, en tanto que Juan añora la llegada de ese bebe y piensa que salvará su matrimonio.
Esto los lleva a peleas que a menudo terminan con Laura vagando por el pueblo mientras su marido la busca. Una noche, Juan presencia una pelea de adolescentes y cuando intenta separarlos descubre que uno de los muchachos ha muerto. El agresor le sugiere a Juan ocultar la verdad, pero el incidente tendrá consecuencias inesperadas. Laura por su parte, tendrá un reencuentro con su pasado, cuando llega al lugar un músico de rock con el que había vivido un intenso romance. Ambos intentarán reconstruir aquellos días de felicidad, pero todo quedará trunco en medio de silencios y reproches.
El director Santiago Palavecino, que había hecho su debut con Otra vuelta (2004), halló en esta historia un fértil camino para radiografiar a ese terceto de seres problematizados y dispuestos a recomponer sus vidas.
Pablo Trapero, como productor, logró que con los elementos que tenía a mano -buenas actuaciones de Germán Palacios, de Martina Gusman y de Alan Pauls-, impecables rubros técnicos y un realizador que supo capitalizar la historia, La vida nueva se convirtiese, más allá de ciertas reiteraciones del guión, en un acabado retrato de unos seres que luchan, casi siempre vanamente, para escapar de sus dramáticas existencias.