Pueblo chico, infierno grande, film mediano
Aunque su título y el slogan sugieran que siempre hay tiempo para un vuelco y que puede dejarse atrás lo vivido para comenzar de nuevo, esta película se centra en uno de los disparadores, sugiere muchos otros y deja abierta la puerta para que sea el espectador el que imagine de qué se tratará esa «vida nueva» que los protagonistas habrán de comenzar. De modo similar construyó Pablo Trapero, productor de este film, todas sus tramas anteriores, pero Santiago Palavecino no es Trapero y aquí queda la sensación de demasiadas puertas abiertas y no de sólo «la correcta», como logró Trapero, sobre todo, en «Carancho» o «Leonera».
La trama transcurre en un pueblo chico donde una pianista (Martina Gusmán), que se ha resignado a dar clases, convive con un veterinario (Alan Pauls), que dice querer hacerla feliz pero la desconoce profundamente. Viven juntos pero a ella se la nota más cerca de un novio del pasado (Germán Palacios) quien regresa y dice que ahora está preparado, también, para hacerla feliz. Sin embargo ella está en la búsqueda de esa vida nueva mientras toca el piano, mira al horizonte cuando busca ser esquiva y mira a los ojos cuando su corazón manda.
En paralelo se desarrolla la historia del sobrino de Palacios, a quien masacraron brutalmente en una pelea y dejaron en coma. A partir de allí se tejerán los complots de un pueblo chico donde la moral está marcada por el intendente, siempre dispuesto a «arreglarle» la vida a todo el mundo si el intercambio de favores lo amerita.
Entre lo mejor del film se rescatan la fotografía de Fernando Lockett, las actuaciones del trío protagónico (aunque el resto del elenco está bien marcado y resulta verosímil). Pero queda la sensación de que los temas fueron planteados pero no profundizados, sólo sugeridos, casi como la gran cantidad de planos estáticos (aunque con una cámara que nunca es estática e irrita con su leve movimiento de quien la sostiene al hombro) para que el espectador reflexione, aprecie el silencio del campo, del río, o los primerísimos planos de Gusmán de perfil, que también mira el horizonte buscando alguna clase de respuesta a su angustia existencial. Otro punto a favor, la película es sintética en su extensión (sólo 75 minutos).