Lo que no se dice
El conocido dicho popular de “pueblo chico, infierno grande” siempre ofició de catalizador para desarrollar una historia que explore esos límites y actuó como olla a presión para desencadenar situaciones extremas.
Laura (Gusmán) y Juan (Pauls) son un matrimonio en crisis y se acaban de enterar que esperan un hijo. Ella, profesora de música, duda en tenerlo y él, “el” veterinario del lugar, piensa que nada podría ser mejor. Mientras tanto Juan será testigo de un delito que lo pondrá a prueba en su ética y Laura volverá a cruzarse con un ex amor (Palacios) que a causa del hecho criminal regresa de improviso al pueblo.
Santiago Palavecino (Otra vuelta), en su segunda película, retorna a una mínima narración que nace a la luz de la sustracción. El método aplicado es la quita, la supresión. La historia se muestra envuelta en una especie de melodrama asordinado en cruza con un thriller pueblerino. Y en esa mistura algo hace ruido. Quizá sea el aporte del productor Pablo Trapero (especialmente en una edición y montaje que parece haberse resuelto con un hacha en la mano, y a quien en Carancho le funcionó de maravilla), el que trajo un género ajeno al director con visos de sumar al filme un ritmo que éste no pide ni le sienta. La tensión y la velocidad del policial negro -donde las prebendas e intercambios pecuniarios son más importantes que el hallazgo de los culpables-, hacen agua con la búsqueda íntima, sutil y despojada de Palavecino, demostrando que no todo resiste cualquier mezcla.
Las sutilezas y los silencios que campean por La vida nueva y dan cuenta de cierta mirada moderna de cine (“moderna” en términos de una nouvelle vague o un Antonioni) se dan de bruces con el corsé que implica un género clásico. Así como resulta evidente que ciertas elecciones del reparto no siempre muestran o consiguen su efectividad o eficacia. Si hay actuaciones que “niegan” su actuar (Palacios, Gusmán), hay no actuaciones que gritan su artificio y “la naturalidad de ser” expuesto en la pantalla no siempre resulta natural (Pauls).
En una cinta de tan corta duración (apenas 75 minutos), de guión tan preciso y pensado, hay ciertas afectaciones en el decir que además el doblaje (que ni los encuadres elegidos pueden ocultar) evidencia y multiplica y se tornan innecesarias y repetitivas determinadas situaciones (los encuentros con el poderoso del pueblo y con el policía, por ejemplo). Ni qué decir de los repentismos violentos (la pelea entre Laura y Benetti) que no tienen que ver con actuaciones fallidas sino con las abruptas extemporaneidades en el marco de un minimalismo que siempre resulta más interesante y productivo en su sequedad y su misterio.