Todos tienen algo que ocultar (incluso yo)
Santiago Palavecino regresa al cine, tras su auspicioso debut con Otra vuelta (2004), de la mano de Matanza Cine –productora de Pablo Trapero- y su equipo autoral. La vida nueva (2011) instala al espectador en el seno de un laberintico pueblo del interior de la Argentina en donde todos tendrán algo que ocultar.
Un pueblo cualquiera, en donde la ubicación resulta ser lo menos importante. Todo parece seguir sus cauces naturales hasta que a raíz de una pelea entre adolescentes y un desenlace fatal todo lo que parecía rutinario se desestabilice para que a partir de ese instante todos comiencen a ocultar algo. Verdades ocultas desde siempre (o nuevas) tomarán un significado mucho más profundo y determinante en la toma de las decisiones por venir.
La historia creada por Santiago Palavecino y trabajada en conjunto por Santiago Mitre (El estudiante, 2011), Martín Mauregui y Alejandro Fadel tiene una estructura laberíntica, tal como la mente de los personajes que la protagonizan. No se puede decir que es la mentira la que circunda ese ambiente sino el ocultamiento de información. Desde el plano inicial que se eligió para presentar la historia estaremos frente a un indicador de cuál será el camino que recorrerá la trama. Un médico, una paciente, una pregunta y una respuesta que no podrá salir de ese espacio. Ocultar, verdades a medias, no decirlo todo, serán las premisas que circundarán la historia.
Es imposible no relacionar La vida nueva con David Lynch y esa obra cumbre ícono de los años 80 que se llamó Twin Peaks. Un espacio que funcionaba como un laberinto sin salida en el que todos estaban atrapados sin poder escapar. Pero más allá de los toques lyncheanos Palavecino toma estos elementos para construir un universo propio, onírico pero también real, donde resulta imposible no asociarlo con la realidad de algún paraje suburbano rodeado de una atmósfera claustrofóbica a punto de estallar.
En el cine no solo una gran actuación construye al personaje, también se crea a partir de como la cámara logra tomar ese cuerpo y esa magia traspasa la pantalla. Sin dudas en La vida nueva ambos elementos se conjugan en Martina Gusmán y Germán Palacios, dos actores que transmiten emociones no solo a través de parlamentos sino que lo hacen desde los silencios. Miradas, movimientos, gestos y hasta sonidos ambientes alcanzan para transmitir lo que les pasa a esos seres agobiados por sus miedos internos a punto de explotar. También hay que destacar al elenco de jóvenes encabezado por Ailín Salas y Pedro Merlo, decisivos en el desarrollo de la historia.
Santiago Palavecino nos conduce por los laberintos de la vida vieja para ofrecernos la salida hacia La vida nueva, afrontando la verdad y dejando de lado las mentiras. Aunque siempre haya algo que ocultar. ¿O no?