Parados en el medio de la vida.
Es dificultoso, en las primeras instancias de su metraje, advertir qué nos depara La Vida Nueva, segunda película de Santiago Palavecino: Laura (Martina Gusmán) se entera de que está embarazada, pero esa noticia no la hace del todo feliz. Unos instantes más tarde la vemos dar clases de piano a la joven Sol (Ailín Salas), cuyo objetivo es ganar una beca. Luego nos enteramos de que Laura está casada con Juan (Alan Pauls), el veterinario del pueblo, quien una noche presencia accidentalmente una trifulca callejera en la que un joven es apuñalado. El culpable es el hijo de Martínez (Néstor Sánchez), un poderoso patriarca capaz de comprar lo que se proponga, incluso la beca de Sol. Juan acepta esa extorsión, y mientras la corrupta Policía local intenta maquillar lo ocurrido, aparece Benetti (Germán Palacios), tío del chico herido, músico y viejo amor de Laura.
Esta incertidumbre del relato es reforzada por el bucólico paisaje de San Pedro, lugar donde transcurre la acción. La costa del Paraná, con sus apacibles tardes de verano, produce un inesperado extrañamiento respecto de las personas y los objetos que la habitan. Tenemos, a priori, un hecho policial que puede derivar en un asesinato y un triángulo amoroso. ¿Qué puede pasar? Cualquier cosa. El mérito del director, así como de sus coguionistas Pablo Trapero, Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Santiago Mitre, es haber logrado transmitir ese desconcierto que jamás nos abandona.
Dicha turbación es también la que padecen Laura, Juan y Benetti. La primera ansía mudarse a Capital y comenzar de nuevo. Su alumna representa lo que ella pudo ser y jamás se animó. El segundo, conciente de que su matrimonio pende de un hilo, se desespera por retener a una esposa que no lo ama. El tercero volvió para reconquistar al amor de su vida, sabiendo que este le corresponde sentimentalmente. Así y todo por momentos las actitudes de estos personajes resultan confusas. Más vale entonces intentar descifrar aquello que se oculta detrás de los sonidos y los espacios registrados por la cámara de Palavecino, factores de esa calma que parece preceder a la tormenta, de un solitario umbral entre el pasado y el futuro que se dilata hasta extremos inasibles.
Las actuaciones están a la altura de esta premisa. Gusmán, Palacios y Salas entregan interpretaciones contundentes, no así el inexperto Pauls. De todas maneras, hay algo muy peculiar con respecto al personaje de Juan, puesto que su frialdad y su acartonamiento, en definitiva, no desentonan con el contexto. La Vida Nueva es una película extraña, difícil de calificar e incómoda de ver. Hay que estar dispuestos a involucrarnos en el mundo que refleja, etéreo y saturado al mismo tiempo. A simple vista puede lucir como una obra desprolija, inacabada, sin rumbo, mas esto no podría ser otra cosa que una identificación -errónea- de las características del sujeto con las del objeto abordado. Aun con sus defectos, el film de Palavecino no deja librado al azar más de lo que se propone.