Este segundo largo de Santiago Palavecino resulta un riesgo: una producción más grande, actores y rostros más conocidos, un desarrollo narrativo un poco más cercano a lo tradicional. La historia es la de un pueblo chico: un veterinario (Alan Pauls) vive con su mujer (Martina Gusmán), ex pianista, profesora, embarazada y que duda en tener o no a su hijo. Un crimen trae al lugar a un viejo novio de la mujer (Germán Palacios) y el “dueño” del pueblo orquesta un encubrimiento. Son los elementos de un melodrama, pero alrededor de estas figuras, Palacecino intenta encontrar otra cosa: por qué estos personajes actúan como lo hacen, por qué son como son, qué historia los marca. Hay un clima tenso en todo el film y en él radican al mismo tiempo su virtud y -paradójicamente- su defecto. La primera: sostener el interés del espectador en una espera cuyo resultado es determinante para las criaturas que pueblan el film. Elvsegundo: por momentos, un exceso de cuidado, de alambicamiento en secuencias que requieren no un naturalismo (que es falso) sino una naturalidad mayor. A pesar de esto, es un film siempre interesante, que se pregunta cosas y que, aún resolviéndolas clásicamente, no cree tener respuestas definitivas.