La vieja de atrás

Crítica de Blanca María Monzón - Leedor.com

A Pablo José Meza le interesan los estados extremos de la vida: la niñez y la vejez. Y en ambos casos se ocupa de hablar tanto de la comunicación, como de la incomunicación entre las personas. Aquello que los aglutina, quizás como una marca para toda la vida, y aquello a lo que sólo la soledad y la necesidad de sobrevivir los acerca, no sabemos por cuento tiempo.

Me refiero a la temática de sus dos films, Buenos Aires 100 Kms (2005) y ahora su segundo largo La vieja de atrás o (la vieja del 9 B).

Un joven de La Pampa intenta seguir estudiando medicina en Buenos Aires, mientras busca trabajo y reparte volantes. En frente del departamento que alquila vive una mujer mayor con un pájaro. Un desperfecto en el ascensor dará lugar a un ofrecimiento: la mujer canjeará al joven, alojamiento y comida, por un poco de charla al levantarse y un poco más, antes de dormir.

Una cámara lenta, morosa muestra la cotidianeidad con inmensos primeros planos, que se detienen en un fuego, una jaula, una pava, mientras el relato avanza (sin música extradiegética) cruzando el ámbito oscuro de lo privado, con el bullicio de la gran ciudad, sumado a un obsesivo trabajo, focalizado en la descripción de la imagen y el sonido.

El adentro y el afuera son implacables y ambos dan cuenta, de que la comunicación cuesta y mucho. Que encontrar interlocutores válidos es casi una utopía, y Meza lo hace mostrando estos universos casi irreconciliables, con verosimilitud y un cuidadoso manejo de cámara, pero apoyándose en dos excelentes actuaciones, donde se ve claramente un inmenso esfuerzo, para que el espectador pueda sentir, la sicología de sus personajes. Sus dudas, sus temores, sus resquemores, las sensaciones de asco hacia lo desconocido, su naturalidad y sus necesidades.

Marcelo quiere continuar su carrera y Rosa pretende llenar el vacío de su vida con la presencia de éste. Pero la distancia entre ambos deseos se acrecienta. Una familia que espera al joven para ayudar en el campo y una anciana frustrada con demasiadas neurosis, tantas como tiene la vida misma traducida sin artificios, más aún, con una descarnada austeridad.

Mientras un televisor permanece prendido con la información de un noticiero, como un modo de hablar de la realidad y de “la realidad” de estos y otros seres humanos con vidas semejantes, Ay Soledad suena y se escucha, que…la vida es un destino sin vuelta…