La vieja de atrás

Crítica de Florencia E. González - Leedor.com

Dos personajes, Rosa y Marcelo. Una mujer con las manías de quien tiene 80 y tantos años de edad que vive sola con un canario, cuya salida principal es ir a tomarse la presión y un joven estudiante de medicina oriundo de La Pampa que busca changuitas para bancar sus estudios de medicina. Con la evidente brecha generacional entre ambos, es evidente pensar que sus universos no tienen nada que ver. Sin embargo tienen más coincidencias de las que quisieran. En principio viven en el mismo edificio, frente a frente en el noveno piso y se cruzan recurrentemente en el palier y en el ascensor. Pero la que resulta su convergencia más profunda consiste en que están solos, solos de toda soledad, ensimismados en sus propios mundos como esos que las grandes ciudades devoran y reproducen con igual intensidad.

Cuando despiden a Marcelo de uno de sus trabajos, le será imposible solventar el alquiler del departamento, deberá abandonar sus estudios y volver a su pueblo. En un nuevo viaje en ascensor se produce el encuentro y la propuesta de Rosa: darle casa y comida a cambio de un poco de charla y compañía. Comienzan a vivir juntos pero nunca se relacionarán.

La vieja de atrás, desde su título, asume la perspectiva del joven y ese punto de vista es la de un chico de pueblo que viene a la ciudad, que se ha adaptado pero aun no se ha integrado a ella. Las calles y los transportes públicos de Buenos Aires son constante telón de fondo del personaje, escenarios sin pertenencia, anónimos, lugares de ocasión. En esta ciudad no se vive, se pasa, se transita. Las relaciones en ese contexto también le son esquivas; las que entabla son apenas funcionales a su subsistencia.

En el film sobresalen las actuaciones, principalmente la de Adriana Aizemberg quién encarna una vieja desde lo gestual y corporal sin alteraciones en la voz o en la manera de decir lo que resulta un evidente acierto. Martín Piroyansky no desentona en su estilo de actuar no actuando y en esa persistente lejanía con la que mira el mundo. Ambos actores están en un punto justo. La entonada marcación de los actores por parte de director es uno de los puntos más fuertes de la película. También es interesante el trabajo narrativo efectuado a través de los encuadres en varias de las escenas principales; la imagen cuenta lo profundo mientras la acción y el diálogo lo demás. En el encuentro del ascensor, el punto de inflexión del film cuando Rosa hace la propuesta, la cámara colocada por encima de los personajes compone un plano fijo cruzado por las rejas de la puerta. Es el presagio de la imposibilidad.

En pequeños gestos aunque cada vez más evidentes, se evapora la vocación por la medicina de Marcelo, motivo principal para quedarse en Buenos Aires. Esa desmotivación profundiza al personaje, evita la linealidad y enriquece el relato. Lo mismo vale en la relación que entablan los protagonistas, no hay condescendencias ni sentimentalismos.

El punto más flojo de La vieja de atrás es la resolución de dos subtramas (la del florista y la cita con la chica que se cruza en un subte) pero no logra empañar los aciertos de este buen film en competencia Latinoamericana en el Festival de Mar del Plata, la segunda obra del director Pablo Meza.