De generaciones
Hay algo subterráneo en La vieja de atrás que es muy interesante, pero que parece involuntario o que no terminó de cuajar para que trascienda a la propia película que es, sí -y lo decimos de entrada-, muy floja. Los protagonistas son Adriana Aizenberg, como la vieja del título, la metida vecina que no quiere a nadie y desprecia a esos otros porque les teme; y Martín Piroyanski, el joven vecino de la vieja, que anda sin un mango y tendrá que convivir con aquella por obligación. Aizenberg y Piroyanski representan, por qué no, lo mejor de dos generaciones bien diferenciadas de artistas nacionales. Y conviven en un film que, además, hace de los géneros cinematográficos una rara mezcolanza, de la que es cierto que el director Pablo José Meza no sabe sacar un rédito. Pero generaciones y géneros, fusionados, son todo un experimento.
Veamos: el cuerpo de Aizenberg es pura tensión dramática, puro rito actoral nutrido -de manera efectiva- de tics sociales prestados de la realidad. Por el contrario, Piroyanski es invención de la ficción, casi del dibujo animado podríamos decir: cuerpo desgarbado, languidez, sus silencios parecen un caricatura de los silencios que emplean algunos actores del nuevo cine argentino. Pero La vieja de atrás no es nuevo cine argentino o, si lo es, está totalmente revestida de los códigos del cine nacional costumbrista, incluso de algunas películas de los ochentas que no eludían gritar tres o cuatro verdades.
La curiosidad y, la extrañeza, surgen entonces de ver una actuación de Aizenberg tan de método incrustada en los arrabales del más despojado nuevo cine argentino; mientras que Piroyanski respira y escupe nuevo cine argentino para aminorar los excesos dramáticos y las alegorías. Es cierto que en este contexto, sólo es posible tener una apreciación personal del film y nunca una mirada general, porque es en cada espectador donde terminará de completarse: en qué busque y qué necesite aquel que se enfrente a esta película se definirá la efectividad o el fracaso de esta propuesta.
Para ser claros: aquellos que busquen la historia de la vieja reaccionaria o una película de actores, se encontrarán con algunos pasajes algo arduos, unos tiempos muertos difíciles de atravesar, mucho más porque a veces resultan innecesarios y, otras tantas, redundantes. Mientras que los que generacionalmente se encuentren más cerca de Piroyanski y del cine que se mamó por estos tiempos, tendrán que saber que el film no evitará decir algunas cosas (los chinos, el perro de la puerta, las persianas que no se levantan) para connotar la metáfora y hacer evidente su crítica a la sociedad encerrada, y no sólo en un departamento.
El problema de La vieja de atrás es que no pareciera que Meza se dé cuenta de los diferentes niveles que se superponen en su película: al menos el film no demuestra ser consciente de ello. Por el contrario, el director se queda con una sola de las posibles películas que tiene ahí dentro, y es aquella que en la que un joven estudiante le dice a una vieja que vive en un edificio que es una persona algo detestable y que tiene que dejar de tenerle miedo a los demás, que nada le van a hacer. Ni la comedia negra que el choque de ambas personalidades prometían, ni una interesante exploración dramática sobre la soledad en el mundo posmoderno. La vieja de atrás termina siendo como los noticieros que se escuchan en off durante el film y que son el alimento habitual de la vieja que vive atrás: sensacionalismo costumbrista.