Tras describir la vida interna de un refugio nocturno para gente sin hogar (Parador Retiro) y el universo de las divisiones juveniles de Boca Juniors (Los pibes), Colás nos traslada a un mundo muy distinto, pero también fascinante a partir de su dinámica y reglas propias. Cada fin de semana, unas 500 mujeres (abuelas, madres, esposas, hijas) y muy pocos hombres viajan a Sierra Chica para visitar a los internos de la cárcel del lugar.
La cámara atenta y jamás intrusiva de Colás encuentra en un bar-almacén el corazón del lugar, ya que hacia allí se dirigen decenas de recién llegadas para comer, comprar viandas para sus familiares presos, cargar los celulares o dejar los bolsos que no pueden ingresar a la prisión. Y es el pintoresco dueño del lugar un personaje con todas las aristas necesarias para ser uno de los ejes del relato.
La otra línea principal de La visita tiene que ver con las redes de solidaridad que se van tejiendo entre distintas mujeres: las que directamente se instalaron allí para estar cerca de sus seres queridos, las veteranas que se las saben todas, las novatas que llegan llenas de angustia y desinformación.
Las diferencias generacionales y sociales quedan expuestas así de manera cristalina en un film que apela a muchas imágenes nocturnas e invernales (¡las largas filas de madrugada bajo la tormenta!): un contexto climático adverso descripto en toda su dimensión por un registro riguroso y respetuoso sobre el dolor, la discriminación, el desencanto, los abusos, la culpa, las carencias, el esfuerzo y, claro, también la lealtad y el amor que se despliegan pese a la distancia y la dureza de las experiencias que estas mujeres deben atravesar cada semana, mes a mes, año tras año.