Ellas esperan.
En Sierra Chica, las visitantes pagan caro un fin de semana para estar algún tiempo cerca de sus más preciados familiares, hijos, novios, esposos, hermanos, algunos con ganas de verlas y otros tal vez no tanto.
Usar el baño en el bar del gallego, el único que las espera con la misma ansiedad que ellas, cuesta tres pesos, cargar el celular unos 40 pesos, guardar sus cosas otro tanto y además comprarle algo para los detenidos como gaseosa o algo para comer implica más dinero. Otro cantar es el micro que las deja todos los fines de semana para luego quedar libradas a la buena suerte y a que en el penal de Sierra Chica abran esa puerta para descomprimir el agolpe entre chicos pequeños, y ellas a veces cargadas de cosas, entran a otro mundo.
En síntesis, eso es la visita y La visita el nombre de este singular documental carcelario pero desde afuera y no adentro como suele ocurrir con otras propuestas sobre esta realidad tras las rejas. Todo lo que viven los detenidos, a esta altura conocido por cualquier espectador que haya tomado contacto con informes televisivos o documentales, llega desde el testimonio de sus visitantes. A veces con el estigma carcelario a cuestas por el simple hecho de que alguien de los suyos cumple su castigo, a veces sin condena aún.
Lo cierto es que en estas quinientas mujeres, de diferentes edades e historias, se concentra la riqueza de experiencias de vida y el entorno aunque parece distante e insensible expresa otra realidad que es la de la economía de subsistencia en épocas de crisis.
En ningún momento el director Jorge Leandro Colás juzga situaciones, se despoja de la lectura del prejuicio social para sumergirse sin bajadas de línea en la realidad de un sistema que no funciona y para ello basta como botón de muestra cada fin de semana donde Sierra Chica se convierte en una postal de la Argentina, su marginalidad y su falta de justicia.