Vi por ahí que alguien quería ver una ballena en Las calles. Pedía por la inmensidad del mar y por la presencia del mamífero que ha inspirado piezas literarias grandiosas. Tuve la impresión de que se le exigía a la película más hermosura y menos rostros curtidos. También escuché, en otra ocasión, el suspiro cínico, propio de los hombres fatigados que descreen de todo y prefieren la amargura como última verdad de su desencanto. En esa ocasión, se maldecía el humanismo de Las calles, como si la apelación a esa difusa filosofía pretérita, y pasada de moda, implicara desconocer la complejidad del mundo, la inhospitalidad creciente de cualquier sociedad y las injusticias casi estructurales que ordenan la experiencia de los hombres.