¿Qué pasa cuando le abren la jaula a alguien que durante décadas vivió encerrado en una rutina? Esa es una de las preguntas que plantea Las herederas, opera prima de Marcelo Martinessi, otra buena muestra del incipiente cine paraguayo. La primera producción de la historia de Paraguay en competir en el Festival de Berlín -donde ganó dos Osos de Plata- gira en torno a una sesentona de la pequeña burguesía de Asunción que, por inercia o falta de imaginación, se fue quedando. Pero la Tierra sigue girando y las circunstancias cambian: todo parece hundirse, aunque tal vez esta sea su oportunidad de volver a respirar.
Con una narración sutil, construida en torno a miradas, conversaciones fragmentadas y pequeños detalles, Martinessi cuenta los vaivenes de Chela (buen trabajo de Ana Brun, premiada como mejor actriz en la Berlinale) mientras retrata a una clase social. En realidad, habría que decir al ala femenina de una clase social, porque ésta es una película protagonizada exclusivamente por mujeres: todo transcurre en el universo de apariencias e hipocresía de señoras bien que tienen como principal ocupación jugar a las cartas y chusmear.
Chela tiene un pie afuera de ese mundo, y lo observa con ojos de una desclasada. Porque no tiene marido, sino mujer; y porque el dinero que heredó se está terminando y debe desprenderse de objetos de valor para mantenerse a flote. Pero el derrumbe no es sólo económico: las resquebrajaduras son más profundas. Esa casa que va quedándole demasiado grande, vacía de objetos y de afecto, refleja la transformación interior que se va produciendo en paralelo.
Hay cierto parentesco entre Las herederas y Cama adentro, de Jorge Gaggero, en cuanto a la decadencia social y afectiva de la protagonista. Pero aquí Martinessi también explora los pliegues del deseo a una edad en que las convenciones suponen que deben quedar en la baulera. Es como si Chela acabara de despertarse de un largo y profundo sueño y observara con perplejidad que hay vida más allá de su casona. Tiene que meter los pies en el barro y, en una de esas, no sea tan desagradable.